José Roberto Alejos Cámbara

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Si pudiéramos explotar la capacidad de expresar nuestras ideas de forma precisa y clara, muchos malos entendidos podrían evitarse. Esa capacidad toma relevancia al ser la comunicación el primer eslabón para aventurarnos en una negociación, especialmente cuando ésta es política.

Lamentablemente, en ese intento de negociar, muchos o la mayor parte de las personas nos enfrentamos a dos problemas: 1) no contar con esa capacidad de trasladar las ideas y, 2) cuando, a propósito, se crean barreras por quienes se oponen a la negociación, creando una atmósfera adversa o confrontación.

En 2004, Antonio Robles Egea publica en la Revista de Estudios Políticos (REP) el artículo “Negociaciones, payoffs y estabilidad de los gobiernos de coalición», que en su parte introductoria expone: “Afirmar que el punto nodal o clave de bóveda de todo régimen parlamentario es el proceso de elección del gobierno por los representantes designados con anterioridad por los ciudadanos, mediante comicios democráticos supone la ratificación de una opinión muy extendida entre los politólogos…”.

Robles prosigue: “Sin duda, la formación del máximo poder ejecutivo de un Estado constituye una variable de singular importancia en la comprensión del funcionamiento de un sistema político, máxime cuando los procedimientos y mecanismos que se emplean para transformar definitivamente las preferencias de los electores, mediante la opinión y el voto de los parlamentarios, son realmente complejos y difíciles de seguir para el ciudadano común”.

“En la vida institucional sólo la interacción de los grupos parlamentarios permite la constitución, el mantenimiento o la caída del gobierno mediante las votaciones de diferente tipología existentes en las cámaras de representantes: investidura, confianza, censura, presupuestos, etc. En estos procesos que vinculan estrechamente al gobierno con el parlamento tienen lugar actuaciones decisivas, sin las cuales sería imposible llegar a la toma de decisiones políticas. Nos referimos a las negociaciones que los grupos parlamentarios sostienen desde que se constituyen legalmente hasta que termina la legislatura”.

Lo anterior fue escrito en un contexto de gobierno parlamentarista, es decir, cuando la población vota por los parlamentarios y éstos, teniendo mayoría, eligen al Primer Ministro para gobernar al país. Pero, el surgimiento de nuevas fuerzas políticas, especialmente de jóvenes, ha obligado a este sistema a buscar alianzas para alcanzar esa mayoría y consolidar metas; esto porque en solitario, difícilmente podrían elegir al Primer Ministro o garantizar la gobernabilidad.

En Guatemala no somos un sistema parlamentarista, pero el poder ostentado desde el Parlamento (Congreso de la República) en los últimos tres gobiernos ha sido el fruto de alianzas que han apalancado la gobernabilidad y acuerdos, aunque muchas  veces esos acuerdos se han distorsionado.

Actualmente se desarrolla la elección de gobernadores departamentales bajo el intento de no elegir “a dedo”, de evitar parientes, amigos o socios de diputados, alcaldes u otros políticos. Se quiso tener candidatos alejados de la clase política, algo inevitable porque muchas propuestas son de políticos que pretenden cogobernar. Posiblemente, la idea no fue clara cuando se planteó la forma de elección. No se dijo claramente, si 1) se trataba de llevar a las gobernaciones a gente alejada del parlamento, o 2) gente cercana a los parlamentarios a la clase política pero que cumplieran con los requisitos mínimos de capacidad y honradez.

NO SE VALE que la población exija que los nuevos gobernadores sean personas alejadas de la política, sin experiencia o pasado político, porque esa premisa dejaría a personas inexpertas, incapaces de ejecutar políticas públicas, ineptas para responder al plan de gobierno del presidente Bernardo Arévalo. Hay que entender que ser gobernador departamental es ser el representante del Ejecutivo que cumple con las estrategias en materia de desarrollo.

YA ES HORA de comprender que la política no es sucia o pendenciera; sucios y pendenciaros son quienes han hecho de ella su modus vivendi. No es posible ser gobernador sin experiencia política, no se puede representar al presidente sin conocer el plan de gobierno o el plan contra la corrupción.  Gobernar será imposible si el presidente no negocia capacidad, honradez y conocimiento de Estado pero además un nombramiento que le proporcione pleno apoyo para sacar adelante al país.

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