Jóvenes por la Transparencia

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Por Adam Franco
Estudiante de doble carrera de Ciencias Jurídicas y Sociales y de Relaciones Internacionales con especialidad en Analista de Política Internacional, ambas en la Universidad de San Carlos de Guatemala.
Ig: Buer.42
francosantizo42@gmail.com
fcccmarcodeaccion@gmail.com

Si usted ha estado al tanto de la coyuntura que estamos atravesando, si ha ojeado los titulares de la política nacional de las últimas semanas, o si ha observado el ánimo de aquellos que opinan activamente dentro de su ámbito social, habrá notado que, a grandes rasgos, la temperie general ha cambiado.

Estamos en un punto en el que por fin notamos que las cosas están avanzando para bien, y eso ha propiciado un aumento paulatino en la participación ciudadana en variada diversidad de espacios. Aunque si bien es fácil reconocer que no estamos como antes, tampoco estamos en el escenario idílico que se nos prometió. Aún hay muchas fallas que corregir, pero se está trabajando en ello.

Se siente un cambio a nivel metafísico ¿Qué tan palpable es ese cambio en la materialidad? Quizás no lo sepamos explicar, pero se siente como si estuviéramos sin cielo y sin infierno, a la expectativa de qué puede venir a futuro. Los ojos cerrados no ven la luz, pero la perciben.

Pero ahí, en ese espacio, donde no es ni cielo ni es infierno, donde no hay completa luz ni total oscuridad, es donde es más fácil perder el rumbo y dejarse persuadir por la desilusión, donde el fuego que aviva nuestra voluntad se vuelve más tenue.

El limbo de la incertidumbre ha derrotado a más de uno y, frecuentemente, aquellos que en principio poseían un ánimo más intenso terminan por sucumbir ante la abrasión y por despreciar los logros que se han alcanzado.

Francamente, espero no estar apelando a escenarios negativos, pero la experiencia nos dice que es sólo cuestión de tiempo para que aquellos que en principio ostentaban loable animosidad se vuelvan los críticos más voraces – o los colaboradores más ineficaces- y terminen por contagiar a todos de una percepción coyuntural adversa. Esto suele suceder comúnmente cuando los procesos de cambio son largos, lentos y densos.

Entender el porqué de este cambio de percepción suele encontrarse muchas veces en un ejercicio de introspección, pues resulta que, aunque nuestro entorno exterior se transforme, si nosotros nos mantenemos con una mentalidad llana y no generamos cambios internos, es muy probable que los cambios que veamos nunca sean fehacientes de su verdadera importancia.

Quizás esto a corto plazo no nos parezca relevante, pero cuando se vuelve un ciclo de eterno retorno es cuando podemos opacar la percepción de aquello que más deseábamos ¿Acaso estamos dispuestos a purgar nuestro actuar para favorecer aquello que más anhelamos?

Desde luego que generar este cambio de mentalidad puede llegar a generarnos escozor. La metamorfosis siempre es dolorosa, pero de no hacerlo, podemos caer en el grave error de creer que los más grandes anhelos se dan sólo con cambios gigantescos, con eventos definitorios, y no a través de un crecimiento pausado.

Qué difícil nos resulta entender que aquello que más anhelamos no se hace de la noche a la mañana, así como el aceptar que nuestra mentalidad debería ser constante y no fugaz para apreciar aquello por lo que estamos luchando. Qué difícil resulta llevar el ritmo de aquellas complejas melodías con las que queremos deleitar nuestra existencia.

Al final, la quiescencia y la monotonía nos hacen creer que los cambios que están sucediendo en nuestro rededor no son relevantes. Por ello, debemos cambiar nuestra mentalidad y dar paso a una percepción mucho más atenta a la totalidad. Y si aún no distingue el color del cambio ni su vitalidad, no desfallezca, puede que de a poco lo logre encontrar.

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