René Arturo Villegas Lara

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Cuando a uno le preguntan cuáles son sus generales, vale la pena recordarse de Cantinflas y contestar: “No tengo; ando con la pura tropa”. Ignoro quién le formuló al general Ubico el acuerdo gubernativo o proyecto de ley de creación de la Cédula de Vecindad y cómo fue que la numero uno fue la del general presidente, cuyo acto protocolar aparece con todo y foto en una de las revistas La Gaceta de la Policía Nacional. Lo cierto es que de los datos que debían constar en la Cédula, había algunos que no tenían nada que ver. Por ejemplo, en un espacio decía profesión u oficio del interfecto o imperfecta, y cuando se trataba de esta última, el empleado municipal encargado de llenar la cartilla escribía: oficios de su sexo. Y la pobre ciudadana, luego que firmaba el alcalde o intendente y el encargado del registro de cédulas, se guardaba el documento, ignorante de las interpretaciones que se le podían dar a eso de que su profesión u oficio eran asuntos de su sexo, pues podía pensarse que se trataba de eso que dice don Quijote: “De estas que llaman del mandado”

Cuando yo cumplí la mayoría de edad, fui a la municipalidad de Chiquimulilla, a que me extendieran la Cédula de Vecindad. No sé por qué motivo mi primo Tulio Lara estaba en la Secretaría municipal, como una especie de meritorio, aunque más creo que estaba aprendiendo a escribir a máquina, pues como eso de la mecanografía no estaba en el imaginario de los maestros, que se dedicaba a enseñar de todo.

Así, la Secretaría municipal servía para que enseñaran a escribir a máquina porque solo en ese lugar había unas máquinas viejas marca “Rémington”. Pues bien, cuando el presunto mi primo me atendió, todo circunspecto, me invitó a tomar asiento, expresión que no fue de mi agrado porque por asiento yo entendía una substancia asquerosa; pero, de todos modos me senté en una silla mugrosa que venía desde el tiempo de los liberales del 71. Y entonces, principió el interrogatorio cedular que decía la ley: Nombre completo; profesión u oficio; y antes de que el primo meritorio escribiera algo impropio, contesté de inmediato: Maestro de Educación Primaria, para que no fuera a confundir mi condición varonil. Y entonces vino lo jocoso de esta historia, pues me preguntó: ¿Ha prestado servicio militar? Pues, no. Yo soy maestro de Educación.

Pero mi primo, que era bastante chingón, escribió en la cartilla: Si. Grado que tiene: soldado. Ni siquiera me dio grado de cabo. Y por allí guardo el original de mi primera cédula de vecindad, firmada por el eterno secretario municipal, don Chepe Ordóñez, y la del alcalde que a saber quién era. La firma que si reconozco es la de don Manuelito Paniagua, como testigo, aunque él estaba a cargo de asentar cuanto nacimiento ocurría en ese recordado y tranquilo pueblo de los años 40 y 50. Ahora, con eso del DPI, pues ya la máquina se encarga de fotografiarlo, estampar la huella digital, los datos generales y, en mi caso, la dan para toda la vida.

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