René Arturo Villegas Lara

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René Arturo Villegas Lara

En los primeros días de mayo, cuando caen copiosos aguaceros, los campesinos de la Costa Grande ya han arado la tierra para sembrar la milpa. A fines de julio las mazorcas han pasado de ser “jilotes,” para convertirse en mazorcas tiernas y luego llegan a estado medianamente sazón. Entonces están listos para hacer atol de elote.

En el Partido de Guazacapán, al cual pertenecieron en tiempo de la colonia, Taxisco, Chiquimulilla, Tecuaco y Paxaco, existió un poblado denominado Nancinta, que nosotros conocimos ya en el Siglo XX como aldea Santo Domingo Nancinta, aldea de Chiquimulilla. Pero, en el Tomo II de la Recordación Florida, editada por la Universidad de San Carlos, se le denomina simplemente Nancinta, que es paso obligado para llegar a Tecuaco, por un camino pedregoso, luego se inicia una cuesta llena de piedra menuda y se llega a San Juan Tecuaco. Dice don Francisco de Fuentes y Guzmán que este poblado de Nancitan tenía un río que aún existe y les sirve a los campesinos para regar sus cañales pues funcionan unos trapiches movidos por bueyes y luego fabrican panela. De la lectura de este Tomo II sacamos la conclusión de que estas “poblazones” como les llama don Francisco, son poblados viejos, desde antes de la conquista, cuando los xincas reinaban en todas las riberas del río de los Esclavos y por eso los potreros están llenos de cerritos, inexplorados en su mayoría, menos aquellos que sirven para la práctica de las brujería, pues, seguramente, hace siglos toda la región la inundaba los copiosos inviernos y el río de los Esclavos se desbordaba por todo el ancho de la costa y los originarios aprovechaban para pescar pululos.

Pues bien, en Nancinta existe la costumbre de escoger una fecha de fines de julio para lleva a cabo “la atolada”. Consiste la celebración en dar gracias a los dioses ancestrales por las buenas cosechas y entonces cada campesino lleva un costal de elotes para que las mujeres pongan los tenamastes, aticen los leños y después que las encargadas de desgranar las mazorcas junten una regular cantidad granos, lo molinos de mano los trituran y así va saliendo una masa lechosa que servirán para cocer el atol. Hay encargadas de cocer algunas mazorcas para los granos con los que hay que acompañar el pocillo de atol blanco, pues en la costa no se siembra maíz amarillo. La labor de hacer atol es tarea que sólo la pueden cumplir las mujeres y está prohibido que se acerque los varones y peor si son hijos del sol o tienen defectos en los ojos, porque existe la creencia de que al ver las ollas de atol, lo cortan y sale agrio. Igual creencia existe con las frita de chicharrones, pues hay persona que si se acercan al perol, se cortan y se “amelcochan”. Ya cuando son las once de la mañana, el atol está listo para repartir. Entonces los vecinos de Nancita y los fuereños que saben de esa celebración, hacen cola ante cualquiera de las ollas de barro y le van sirviendo su atol con sus granitos de elote tierno. A nadie que llegue a Nancinta el día de la atolada se le niega su porción, pero debe llevar su pocillo, vaso o julón de coco en donde quepa una buena porción de atol, obsequio de los campesinos que esperan ansiosos el “día de la Atolada”. Lo único es saber cuándo se celebra porque no hay día fijo.

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