Kevin Segura
Arquitecto, idealista, Fundador del Laboratorio de Liderazgo e Innovación y docente universitario.
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Somos una generación extraña, la mejor capacitada en la historia de Guatemala y, al mismo tiempo, la que menos oportunidades tiene. La que anhela viajes y comodidades como experiencias que nos permitan soñar y, al mismo tiempo, la que no puede permitirse el lujo de pagar cuentas premium en los servicios de plataformas digitales. Sencillamente, la que busca UNA OPORTUNIDAD.
Mi generación y, probablemente, las siguientes tendrán las mismas problemáticas o aún peores (si es que no hacemos algo); todas ellas por falta de oportunidades. No es de extrañar que nuestras abuelas, tíos y otras personas anhelen y digan que en su época las cosas eran diferentes. Pues sí, lo eran. A pesar de la pobreza y de las bajas condiciones de vida, aún existía esa capacidad de hacer movilidad social, generar riqueza y de hacer una buena vida con esfuerzo y trabajo. Algo que hoy no pasa.
Por ejemplo, mi abuela, a mi edad, ya tenía tres hijos con anhelos de ser la primera generación que llegase a la universidad y accediera a una hipoteca de una vivienda propia, derivada del apoyo estatal del extinto banco de vivienda. Mientras para mí y para mi generación esto suena a una entelequia, teniendo en cuenta que, según el informe del Observatorio de Derechos de las Juventudes, en el 2019, solo el 2% de la población joven tiene acceso a un empleo digno, con un salario igual o mayor al salario mínimo y con prestaciones de ley, lo que hace cada vez menos probable que tan siquiera se sueñe con una casa propia o con independizarse antes de los 30.
Cuando decimos entonces que lo cotidiano es político, es precisamente por esto: porque la ausencia de políticas claras para el desarrollo ha permitido que afecte a toda una generación, que seguirá viviendo con roomies, arrendando en lugares cada vez más precarios y con un alto precio. La ausencia de políticas de progreso ha permitido tener un aparato estatal que no promueve cambios sustanciales para el grupo etario dominante, siendo casi el 40% de la población, manteniendo las condiciones precarias de pobreza multidimensional, así como la limitada cantidad de empleos dignos, precarizando cada vez más las condiciones de vida y, en esa misma medida, limitando el acceso a la vivienda propia como derecho humano.
Ser la generación mejor formada y con menores oportunidades no es una coincidencia, es el resultado de un sistema que no privilegia los cambios generacionales, ni un modelo de desarrollo real. Por ello mi deseo para este año, y los que vienen son más utopías, anhelos de ver florecer a este país con personas capaces de ser críticos y analíticos, pero también agentes políticos que se involucren en los cambios sociales. Deseo que esta generación tome el papel que le corresponde en la sociedad y tome con convicción las riendas del futuro y el presente, aspirando entonces a vivir con dignidad.
Cuando esto pase, seguramente, tendremos la vida que merecemos, con o sin plataformas de streaming de paga, pero seguramente con una casita, o apartamento donde nos dé ganas de crecer y envejecer.
Ojalá ese deseo de una vida digna, de una casa propia, de ser felices, no solo sea un anhelo personal, sino que se convierta en uno colectivo, que nos lleve a desatar luchas por ver el futuro florecer para esta y las generaciones que vienen.