Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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La mayoría de analistas ha señalado que el ataque al Capitolio el 6 de enero del 2021 por las huestes trumpistas fue un típico acto de fascismo porque fue un clarísimo ataque a la democracia, situación que se revivió ayer en Brasil, el país más grande de Sudamérica, cuando los seguidores de Jair Bolsonaro, el exmilitar que entregó la presidencia a principios de este año, lanzaron un ataque contra las sedes de las principales instituciones del poder, clamando al Ejército para que depusiera al actual Presidente Lula da Silva. Justamente en el fin de semana CNN transmitió una extensa documental sobre lo ocurrido en Washington hace dos años y las pavorosas escenas tienen mucho en común con lo que ocurrió ayer pero, sobre todo, hay un detalle que llama la atención.

Y es que en ambos casos es patética la forma en que se comportó la fuerza pública que reaccionó tardíamente y puso en serio peligro la vida no solo de los pocos agentes que custodiaban el Capitolio y las sedes del poder en Brasil, sino de los mismos funcionarios. En Estados Unidos, la Policía que custodiaba la sede legislativa hizo constantes llamados para que la Guardia Nacional de Virginia y Maryland acudieran a brindar la protección debida, encontrándose con una notable indiferencia que según testigos provenía del mismo Pentágono. Ayer en Brasilia, la fuerza pública tardó bastante en reaccionar ante el ataque que, claramente, fue un llamado para que el ejército de Brasil diera un cuartelazo, uno más dentro de una ya muy larga historia en ese país.

Lo preocupante de todo lo que vemos es la forma en que este neofascismo se viene propagando por el mundo y cómo el ejemplo sentado en Estados Unidos por Donald Trump ha tenido repercusiones en otros países donde la democracia flaquea por la cada vez mayor presencia y poder de esos grupos criminales. La voluntad popular expresada en las urnas vale un comino porque lo que importa en realidad es ese comportamiento radical e irracional de algunos dirigentes y de sus seguidores que no ocultan su desprecio por las instituciones garantes de la democracia.

Hace un siglo en el mundo empezaba a florecer el fascismo, que luego se fortaleció con el nazismo de tan similares características, y la consecuencia final fue esa terrible conflagración, la Segunda Guerra Mundial, que terminó con la derrota de Italia y Alemania, cuna de ambas expresiones totalitarias. Hoy es en América donde está proliferando una forma violenta para sepultar la democracia y la mejor prueba es lo que pretenden los seguidores de Bolsonaro al apelar a un cuartelazo para derrocar al presidente electo popularmente.

Si aun en Estados Unidos, con la solidez de su democracia y las instituciones que la garantizan, el ataque al Capitolio demostró la vacilación del Pentágono para reaccionar rápidamente protegiendo la vida de los congresistas, en Brasil el llamado puede ser más grave dada la historia de sus fuerzas armadas que ya han depuesto a varios gobernantes. Y esas hordas de fanáticos que desprecian la democracia son un factor que se está propagando y son muchos alrededor del mundo quienes simpatizan con los Trump y los Bolsonaro.

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