Alfonso Mata

alfmata@hotmail.com

Médico y cirujano, con estudios de maestría en salud publica en Harvard University y de Nutrición y metabolismo en Instituto Nacional de la Nutrición “Salvador Zubirán” México. Docente en universidad: Mesoamericana, Rafael Landívar y profesor invitado en México y Costa Rica. Asesoría en Salud y Nutrición en: Guatemala, México, El Salvador, Nicaragua, Honduras, Costa Rica. Investigador asociado en INCAP, Instituto Nacional de la Nutrición Salvador Zubiran y CONRED. Autor de varios artículos y publicaciones relacionadas con el tema de salud y nutrición.

post author

Usted es Padre de familia y tiene que repartir quereres y bienes de todo tipo entre los suyos. Para eso no es necesario que recurra a mandato alguno ni ley. En ese repartimiento que hace, se produce una situación real: Si uno de sus hijos, cónyuge e incluso familiar o no, recibe más económica social, emocional y ambientalmente; el resto o alguno de los miembros de la familia deberá recibir menos y si esa distribución representa daño económico, social o emocional al menos beneficiado, eso se considera injusto. Entonces si eso sucede en mayor o menor grado, sin afectar en manera alguno a los miembros de la familia, no hay problemas. Pero cuando en el medio social existen familias en que impera la violencia, el vicio, el trastorno mental y se produce un individualismo a ultranza, en que el proveedor o proveedores familiares, se tornan el centro de todo; en qué interés y afectos personales rigen el acontecer familiar de forma anómala, el daño es mayúsculo.

Una forma de actuar familiar, fundamentada en sentimientos y deseos personales; en machismo y egolatría, pareciera ser cada vez más frecuente en nuestro medio y dista mucho de aquel sistema sencillo y familiar, que incluso incluía más allá de la familia nuclear, en que todos ponen en un fondo común lo que tienen de bienes y emociones y cada uno toma de él lo que necesita. La obligación en ello se volvió costumbre, a lo que se sumó que la aceptación y conciencia de esa práctica se convirtiera en algo Sagrado en todas las religiones y tradiciones de los pueblos mal llamados primitivos, a tal punto que cuando alguien retenía algo innecesario para sí, se le condenaba. Este proceder, aunque en forma mínima o selectiva, se practica aun por gente que vive en comunidades pequeñas, en que todo el mundo se conoce y mucho se comparte, pero cuánto más grande es la comunidad en donde las ciudadanas y los ciudadanos cada vez se conocen interactúan menos para fines comunes, e incluso en organizaciones familiares propiamente dichas, esa práctica se torna cada vez más difícil de cumplir.

Lo cierto es que, las condiciones de vida y organizaciones familiares actuales, cada vez permiten con menos frecuencia, prácticas justas familiares; de tal manera que el que gana algo por ejemplo, no comparte una parte de sus ganancias a los otros; todos retienen parte de sus ingresos para su uso y lo más malo en esto es cuando esa retención y uso va dirigido a un consumismo a ultranza y sin sentido, en detrimento de los otros. De modo que la vida familiar no se puede tildar ni de comunista ni propiedad privada pura.

Un análisis serio en nuestra sociedad de este tema tan fundamental y de su impacto en la vida nacional, no se ha realizado por antropólogos, aunque se suele afirmar que cada hogar funciona aisladamente y dentro de este, sus miembros. Pero esta estructura tan heterogénea de nuestra sociedad, afecta y explica en buena parte, creencias y explicaciones de la gente, sobre cómo se debería intentar decidir la repartición de la renta del país y gobernarlo. Y en su respuesta a esos temas, la población no recurre necesariamente a los marcos de una ideología, sino de la experiencia familiar, mezclada con sus deseos y pasiones personales.

Artículo anteriorPNC continúa allanamientos por asaltos a turistas en Sacatepéquez
Artículo siguienteEl resurgimiento del fascismo