Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Ayer CNN publicó una interesante documental que en dos horas detalla cómo se fraguó el caso Watergate que puso fin a la presidencia de Richard Nixon y resulta que todo fue producto de la arrogancia y los temores de ese inseguro gobernante que, rodeado de personas que le alentaban en sus acciones criminales y le obedecían ciegamente, decidieron usar fondos de la campaña electoral para montar toda una estructura de espionaje para espiar y minar al partido adversario. Una de las figuras centrales de la documental es el abogado John Dean, quien a los 31 años se convirtió en el abogado de la Casa Blanca y tuvo acceso a la planificación de distintos hechos hasta que, preocupado por el alcance de los delitos, advirtió al mandatario que en esa ruta Nixon terminaría en la cárcel y fue testigo estelar en el juicio político.

Las grabaciones de todas las conversaciones en la Casa Blanca, ordenadas por Nixon y su plana mayor, permiten conocer el temperamental carácter de ese presidente que nunca se sintió seguro de sí mismo ni de poder alcanzar los éxitos que sus asesores presagiaban. Y esa mezcla terrible, de mal carácter e inseguridad, lo llevaron a cometer acciones gravísimas que comprometieron no sólo su presidencia sino la supervivencia misma del sistema democrático en los Estados Unidos.

Entre líneas la documental es una forma de advertir al público sobre los riesgos que actualmente vive esa democracia por la persistencia de Donald Trump de ser el líder y abanderado de los Republicanos para la elección del 2024, pero para los guatemaltecos puede ser una clara lección de lo que pasa cuando se tiene esa clase de gobernantes irreflexivos y arrogantes que se sienten dueños de la verdad absoluta con el poder absoluto para hacer lo que les viene en gana.

Hay, desde luego, enormes diferencias entre un Richard Nixon y un Alejandro Giammattei, pero también hay demasiadas similitudes en las acciones de uno y otro. Y es que la política corrupta al final de cuentas es lo mismo en Estados Unidos, en Guatemala, en China o la Conchinchina porque contamina el ejercicio del poder y anula por completo el sentido de ejercerlo como parte de un mandato recibido en las urnas.

Ver la forma siniestra en que, ante su temor de perder la reelección, Nixon y su equipo planificaron acciones criminales descaradas que contaron con la complacencia de todos los que estaban en su círculo y le aplaudían sus ideas delictivas para destruir al adversario, coincide en mucho con lo que algunos de los cercanos colaboradores de este régimen en Guatemala cuentan respecto al desprecio absoluto que hay por la ley, por el Estado de Derecho, y la disposición de concretar el sueño que ahora acarician de extender de una u otra forma el control que ejercen sobre el país. Sobre un pueblo aletargado que les acepta y tolera todo lo que ellos quieran hacer y de la forma despótica en que lo hagan.

Watergate es un período muy oscuro de la vida política de Estados Unidos pero fue el final de Nixon como político y pienso que esa documental, evidentemente hecha para advertir lo que puede pasar si regresa al poder el autoritario y déspota de Trump, puede ser muy ilustrativa a la luz de la realidad de Guatemala.

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