Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Cualquiera que se meta en las redes sociales a ver cómo discurre la discusión de la problemática del país verá que hoy estamos más polarizados que nunca y nadie podría creer que el nuestro es un pueblo que vivió una guerra sangrienta que cobró muchas vidas, pero que “resolvió el problema” mediante un profundo diálogo que permitió encontrar las causas de la confrontación y firmó acuerdos para alcanzar una paz firme y duradera. Siempre he dicho que nuestra guerra fue parte de la confrontación Este-Oeste pero que floreció por la existencia de condiciones internas de marginación y pobreza que alentaron la búsqueda de supuestas soluciones por la vía armada.

En La Patria del Criollo se pueden encontrar muchas de las raíces de los elementos que materializaron el conflicto y, como diría Augusto Monterroso, ese dinosaurio tristemente todavía está allí porque no logramos desmontar las inequidades ancestralmente enraizadas, mismas que derivaron en una confrontación aprovechada en el marco de la llamada Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética que fue guerra caliente en algunos países, entre ellos Guatemala, El Salvador y Nicaragua, afectados todos por la ausencia de una real democracia política capaz de generar oportunidades para todos los habitantes.

El caso es que hoy la guerra se ha trasladado a las redes sociales que animan los netcenteros pagados para exacerbar la polarización que nos coloca en una radical confrontación alimentada por quienes pretenden preservar un status quo que les produce enormes réditos tanto en negocios sucios como en términos de privilegios.

Y es un conflicto duro pero que no trasciende por un factor esencial que muchos olvidan. La gente más pobre, la gente que históricamente fue marginada, ahora vive mucho mejor que antes pero su nivel de vida se ha elevado no por el esfuerzo de la sociedad y de las autoridades, sino por el trabajo de aquellos que han emigrado para conseguir trabajo bien pagado que les permita mantener a sus familias. Si algo hoy brinda paz social en Guatemala son esas remesas que llegan en cantidades que cada mes establecen nuevos récords y que permiten no sólo comer bien, sino hacer casas, educar hijos, adquirir bienes que satisfacen necesidades y ver la vida con algo de esperanza.

Por el lado del sector público tristemente en este gobierno hemos tenido retrocesos terribles. Basta recordar lo ocurrido en El Estor con el masivo envío de fuerza pública para reprimir a un pueblo que simplemente pretendía ser tomado en cuenta a la hora de discutir la explotación de los recursos naturales. Ese despliegue de fuerza para intimidar y acosar a un pueblo que ejercía sus derechos es algo que nos recuerda claramente la perversión que hay en el ejercicio del poder, sobre todo porque se trata de una protección comprada a punta de sobornos por los inversionistas que por algo necesitaron una alfombra muy grande para entregar la mordida que les compró el privilegio de pasar sobre la ley.

Recordar en todo ese contexto la firma de la paz hace ver cuán ilusos fuimos al pensar que, de verdad, había interés en hacer cambios profundos en nuestra realidad para incluir a todos en esa búsqueda de bien común y nos debe impulsar a persistir en el debate nacional para romper los moldes de inequidad.

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