Mario Alberto Carrera

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Premio Nacional de Literatura 1999. Quetzal de Oro. Subdirector de la Academia Guatemalteca de la Lengua. Miembro correspondiente de la Real Academia Española. Profesor jubilado de la Facultad de Humanidades USAC y ex director de su Departamento de Letras. Ex director de la Casa de la Cultura de la USAC. Condecorado con la Orden de Isabel La Católica. Ex columnista de La Nación, El Gráfico, Siglo XXI y Crónica de la que fue miembro de su consejo editorial, primera época. Ex director del suplemento cultural de La Hora y de La Nación. Ex embajador de Guatemala en Italia, Grecia y Colombia. Ha publicado más de 25 libros en México, Colombia, Guatemala y Costa Rica.

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Mario Alberto Carrera

Reflexionar sobre los motivos de la guerra es penetrar en los entresijos más recónditos y brutalmente esenciales del ser humano. Es por eso que en el decálogo acaso más importante de la cultura se clasifique a la codicia (de las cosas del otro) como pecado máximo contra el prójimo: una especie de crimen de lesa humanidad e inicio de todas las guerras.

No codiciar los bienes ajenos: el buey, la casa o la mujer de tu semejante. El décimo de los 10 mandamientos mosaicos ordenados al hombre para sostener y erguir la paz. Es el décimo el que va contra toda apropiación inmoral de lo que no nos corresponde. Mandamientos conferidos a los judíos tradicionalmente por Dios mediante Moisés, pero  compartidos por otras culturas y entronizados en otros textos como el Libro de los Muertos, papiro de Aní, del Antiguo Egipto.

La guerra –del nivel que sea y de los alcances que tenga– siempre ha sido la obscena forma de apropiarse de una hacienda, un país o un continente como el americano. Fue guerreando vestidos, calzados y cabalgando con esperpénticos recursos mortales, como los hispanos se hicieron con las Indias Occidentales.

Dando, haciendo o montando la guerra ha sido el procedimiento más expedito para apropiarnos de los que no nos pertenece tengamos o no argumentos para la ocupación.

Está acaso en la esencia humana lo de la guerra y sobre todo en el desear. En el deseo de hacer suyo lo que no nos corresponde. No correspondía a Paris desear a la mujer de Menelao y por aquel deseo logrado por el ardiente ladrón, 10 años lucharon griegos contra troyanos. No era la posesión de tierras o países sino el robo de una mujer que era “propiedad privada” de otro rey. De eso hace más de 2,800 años, que se dice pronto. Y seguimos acometiendo, querellando y en beligerancia. Trasladando aquel hecho de manera estructuralista, Helena es Ucrania, el objeto del deseo de los rusos. Han pasado casi 3000 años pero el avaricioso corazón humano se sostiene desgraciadamente incólume en desear, en tomar, en secuestrar lo que no es nuestro. El hinduismo –y más bien Buda– no condenan directamente la apropiación indebida de algo, pero sí –fundamentalmente– el deseo. El deseo es el pecado de los pecados en el mundo de los escritos sánscritos.

El satán de la guerra flota altivo siempre sobre Europa y en consecuencia ensarta sus sangrientas garras en el mundo. Se estremece su esquelética pero potentísima figura cimbrando al planeta.

Los hombres de Ucrania se aprestan para la guerra, las mujeres casi no. Los griegos contra Troya llevaban dos varones a la cabeza, Agamenón y Menelao. Varones también dirigieron y oprimieron capitaneando en la II Guerra Mundial.

¿Es la guerra atributo masculino? Hasta ahora no ha habido guerras de mujeres. Sólo en las escondidas leyendas de la Amazonas. ¿Está desear la posesión de algo –entre más lujurioso, mejor– sólo en la genética del hombre?

Lo que sí que es cierto en todo caso es que lo que llamamos machismo es elemento fundamental en la gresca por algo. Para nadie es misterio ni enigma el ostensible machismo hirsuto de Putin. Es el típico macho de las grotescas películas hollywoodenses de vaqueros y el encendido y despótico Atila de las estepas euroasiáticas de los brutales siglos de la Temprana Edad Media. Ese es el prototipo anhelado por Vladimir, que pretende apropiarse de Ucrania alegando pasados culturales totalmente caducos e inertes.

Vladimir Putin es machista a ultranza, misógino y homófobo y por lo mismo paternalista. Un Trump, aunque más enano y más refinado que Donald pese a que los dos tienen la misma esencia brutal y fascista.

¿El futuro del mundo en manos de Trump (si repite), Vladímir Putin y del inexpresivo Xi Ping?

Un trío bestial que babea sobre las llamas sórdidas del poder y del dinero.

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