Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Sin muchos circunloquios lo que se conmemora en estos días es la muerte. Así de simple. “El imperio incontrastable de la muerte” (Manrique). Dichas reflexiones, lejos de ser negativas y pesimistas deben resaltar el valor de la vida y sus alegrías. Son muchos los momentos del diario vivir que ponen esa nota festiva, evocan un recuerdo grato y dibujan una sonrisa en el rostro. Entre esos pincelazos están las canciones. 

En los tiempos de ayer las canciones eran una expresión de arte a la vez que manifestación popular que compartían y gozaban grandes sectores de la sociedad de diferentes países. Las canciones sonaban en la radio o se reproducían en los discos de vinilo, después con los casetes. La voz privilegiada de algunos artistas lanzaba al aire frases que de fondo se acompañaban de un ritmo musical. Lo que cantaban tenía sentido, ya sea para expresar amor -la mayoría de veces- o desamor -también muchas-. Pero en el conjunto había congruencia, conexión y la melodía que acompañaba era armoniosa y se podía identificar, aún sin el acompañamiento verbal. Hoy día la mayoría, la gran mayoría, de las canciones no dicen nada. Son meras vocalizaciones que no pretenden más mérito que los cambios de voz del artista o sus movimientos acrobáticos. 

Hasta el día de hoy resuenan los ecos de aquellas canciones que dejaron marca. Pusieron la impronta de quien lanzaba esas producciones y no podía concebirse que otro ejecutor osara ejecutar determinadas obras. En otras palabras, las canciones eran como propiedad de quien las estrenaba o bien las hacía populares. Sobran los ejemplos: “Yo soy aquel” es Raphael y sería raro escucharla con otro intérprete. “La vida sigue igual” nos trae a la mente a Julio Iglesias. “Volver, volver” es el Morocho del Abasto, el gran Gardel. “María Bonita” es el Flaco de Oro, don Agustín Lara al igual que “Solamente una vez”. “Tu nombre me sabe a yerba” es el maestro Serrat como también el precioso ensamble del poema de Machado, “Caminante no hay camino”. “Gracias a la vida” nos trae a la mente a la Negra, la inolvidable Mercedes Sosa (que dio a conocer la canción de Violeta Parra). “Yolanda” es Pablo Milanés. “Ojalá” es Silvio Rodríguez como también “La Maza”. “Un velero llamado libertad” desentonaría con alguien que no fuera Perales. De nuestro compatriota podemos resaltar “Mujeres” que solo Ricardo tiene permiso de cantarla.  Del amplio repertorio de Sabina se puede reservar dos canciones: “Noches de boda” y la poética “Quiero”. Sólo él las puede cantar, aunque es bienvenida la dupla con Serrat. “Avalancha” es Bunbury. También califican algunos conjuntos: “El vendedor” solo se puede escuchar con Mocedades. 

Valen asimismo algunas canciones en inglés. “New York, New York” es imposible escucharla con otra voz que no sea la de “La voz”, Sinatra, al igual que “Extraños en la noche”. Otras canciones icónicas tienen el sello de los autores: “Blowing the wind” del premio Nobel, Bob Dylan y la canción de culto, “Sound of silence” de Simon y Garfunkel. Escuchar “We are the champions” con otras voces que no fueran las de Queen sería imposible. Igualmente “The wall” es casi propiedad de Pink Floyd.  “Hallelujah” tiene un tono particular con la ronca dicción de Leonar Cohen. 

Cabe señalar que algunos autores que no tienen buena voz, acaso es gangosa o aguda, pero se “les admite”, se les da permiso que canten sus propias producciones. Entre ellos varios de los arriba citados: Agustín Lara, Bob Dylan, hasta el propio José Alfredo no hacía alardes de barítono pero era José Alfredo !y qué! Por cierto, que este maestro produjo tanta canción, tipo ranchero, que no hay una sola que lo identifique y fueron muchos los que cantaron sus magníficas creaciones: Pedro Infante, Jorge Negrete, Vicente Fernández. En fin, a gozar de la vida y los pequeños detalles que alegran nuestros momentos felices. 

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