Luis Fernandez Molina

luisfer@ufm.edu

Estudios Arquitectura, Universidad de San Carlos. 1971 a 1973. Egresado Universidad Francisco Marroquín, como Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales (1979). Estudios de Maestría de Derecho Constitucional, Universidad Francisco Marroquín. Bufete Profesional Particular 1980 a la fecha. Magistrado Corte Suprema de Justicia 2004 a 2009, presidente de la Cámara de Amparos. Autor de Manual del Pequeño Contribuyente (1994), y Guía Legal del Empresario (2012) y, entre otros. Columnista del Diario La Hora, de 2001 a la fecha.

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Luis Fernández Molina

A principios del siglo pasado, allá por 1912 circuló por las calles de nuestra ciudad de Guatemala una hoja volante conocida como La Locomotora en la que se acusaba al editor Eduardo Aguirre Velásquez de “poco patriota” por haber introducido maquinaria moderna para el levantado de texto e impresión del periódico El Nacional por lo cual dejó sin trabajo a varios tipógrafos. Posteriormente Aguirre fue alcalde de la ciudad (1919) y ocupó varios cargos diplomáticos. Cuando en 1931 Jorge Ubico le clausuró el periódico El Excelsior prefirió irse al exilio a Panamá donde vivió hasta su muerte en 1940.

Independientemente del entorno político, los avances prácticos del periodista Aguirre son una muestra más de ese progreso tecnológico que se va sobreponiéndose encima de las capas inferiores. Como dijo Darwin, sobreviven los que mejor se vayan adaptando a los cambios. Desde el punto de vista laboral los nuevos ingenios van superando las etapas anteriores y en ese cambio, invevitablemente, van a salir afectas, algunos más que otros. Desde que Guttenberg implementó la imprenta con tipos móviles dejó sin trabajo a innumerables copistas. Desde que la máquina de escribir se hizo popular quedaron desempleados todos los amanuenses. El telégrafo que desplazó a los mensajeros. Los automóviles a los cocheros y a las recuas de mulas. Las máquinas de coser a las costureras. El microondas y la comida preparada a las cocineras. El robot doméstico que trapea y barre. Etc., etc.

En la misma década en que promovíamos nuestra independencia de España, en el Reino Unido se desarrolló el movimiento llamado “Ludista.” En esos países europeos surgía la primera etapa de la Revolución Industrial y hubo grandes protestas en contra de la automatización y el desarrollo de la maquinaria en especial la máquina de hilar así como los telares industriales. Los artesanos ingleses protestaron porque sentían la amenaza que esos nuevos inventos los sustituyeran en el empleo en especial los trabajadores menos cualificados. Querían proteger sus puestos de trabajo y llegaron hasta destruir varios telares. Pero la referida Revolución tecnológica siguió adelante con nuevos inventos, en especial las aplicaciones de la máquina de vapor.

Qué dirían hoy los ludistas cuando las máquinas están recreando nuevos escenarios. A cuántos trabajadores han sustituído el cajero automático, las plantas telefónicas contestadoras, el cobrador de parqueo, banca electrónica, los robots industriales por no mencionar las innumerables aplicaciones de internet que suman y siguen cada día. Hasta se habla  trapeadora

Pero la creatividad humana avanza inexorablemente y aunque de momento algunas mutaciones puedan afectar a algunos sectores específicos a la larga esa modernización es necesaria para poder dar respuesta a esa población que ya ronda en los ocho mil millones de personas en medio de un planeta que es estático en cuanto a sus recursos. Por eso debemos acomodarnos a las nuevas tendencias que marcan nuevas etapas y nuevos desafíos.

Y como arriba digo los cambios cada uno los adapta a sus particulares circunstancias. En mi caso, después de 21 años de que La Hora me abriera las puertas en su edición impresa, debo acoplarme al nuevo sistema agradeciendo de nuevo ese espacio que se me brinda para compartir con los lectores.

Como dice Mercedes Sosa: “Cambia lo superficial/Cambia también lo profundo/Cambia el modo de pensar/Cambia todo en este mundo.” Y parafraseando al citado Darwin: El que no se adapta a los cambios perece. ¡Qué vivan los cambios!

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