Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Las condecoraciones se han establecido para honrar a ciudadanos distinguidos y honorables que tengan una destacada trayectoria al servicio del país, así como a jefes de Estado extranjeros con quienes Guatemala mantiene relaciones de amistad y cooperación (o a sus representantes, los embajadores por lo general cuando se retiran) al igual que a instituciones y entidades colectivas que también han efectuado una labor que destaca en servicio a la nación. Hace algunas semanas dijimos en esta misma columna que la participación de los pueblos originarios en el movimiento de defensa de la democracia (particularmente los 48 Cantones) había sido de tal naturaleza vital para evitar el golpe de Estado que se fraguaba e importante para conservar nuestro sistema democrático, que era importante dar un reconocimiento a ellos. Concretamente sugerimos otorgar a los 48 Cantones la Orden del Quetzal en el grado más alto, el de Gran Cruz. 

Ahora deseamos referirnos a otro distinguido ciudadano cuyos méritos al servicio de la patria requerirían también que ésta le condecorara con nuestra máxima presea. Nos referimos al doctor Alfredo Mackenney, médico y cirujano que, además de su destacada vida profesional en el campo de la medicina, dedicada en su mayor parte a la atención de gente de escasos recursos en su clínica particular y en el hospital del Hermano Pedro. Ha tenido una trayectoria sobresaliente como cineasta, antropólogo, arqueólogo, experto en folklore popular, montañista y vulcanólogo sobre todo en el volcán de Pacaya, en donde –además de sus más de mil seiscientas ascensiones– contribuyó de manera decisiva para el establecimiento de un Parque Nacional que se encuentra a cargo de la municipalidad de San Vicente Pacaya. El parque es ahora un ejemplo en materia de desarrollo local gracias a los servicios de guías, ventas de artesanías y alimentos, caballos para quienes no desean ascender caminando, limpieza y disposición de desechos, cuidado del bosque, cuidado para los excursionistas frente a las erupciones etc. Gracias al parque terminaron las manifestaciones de inseguridad (asaltos) que prevalecieron durante muchos años en perjuicio de excursionistas y turistas llegados del exterior. Los méritos del doctor Mackenney han sido reconocidos por la población local y personalidades como Otto Bonemberg y Ricardo Mata quienes pidieron –y lograron– que las autoridades correspondientes bautizaran oficialmente al cono principal del macizo volcánico (dotado de varias cumbres y de un cráter lacustre, la laguna de Calderas) con el nombre de “Cono Mackenney”, ya conocido con dicho nombre nacional e internacionalmente.

Conviene insistir también, como ya fue dicho, que el doctor Mackenney es también un antropólogo, arqueólogo y experto en cultura popular amateur. Desde nuestros años mozos hemos acompañado a Alfredo por sus andanzas en todo el país filmando las diversas expresiones del folklore popular tales como bailes, música, textiles y vestuario, cosmovisión incluyendo expresiones del fervor religioso durante la cuaresma y las fiestas cantonales y comunitarias, incluyendo a “santos populares” como el célebre Maximón. Recibió el prestigioso Premio Ícaro por su labor cinematográfica como primer documentalista de Guatemala, ya que inició estos trabajos desde el año de 1948. Gran amigo de los cofrades quienes apreciaron siempre la filmación de estas expresiones de la cultura popular que han sido objeto de reconocimiento por la CINETECA de la Universidad de San Carlos la cual ha editado varias películas con lo mejor de su producción cinematográfica. Por cierto, el entusiasmo del Dr. Mackenney por la cultura de los pueblos originarios no se reduce a la fotografía y al cine sino que también se complementa, admirablemente, en su verdadera pasión por la construcción de más de 50 maquetas, principalmente de los grandes centros arqueológicos mayas clásicos (Tikal tanto en el museo de Arqueología como en el Petén, Uaxactún, Piedras Negras, Quiriguá, Popoxté, Ceibal, Dos Pilas, Río Azul) y de los mayas post clásicos (Kaminal Juyú, Zaculeu, Iximché). Por cierto, lamentablemente algunas de estas maquetas en muy mal estado, en un desplante de ignorancia e incultura, le fueron devueltas por las autoridades del gobierno anterior. Las mismas, debidamente restauradas, serán ahora expuestas en el Museo Popol Vuh de la Universidad Francisco Marroquín. 

El doctor Mackenney es también autor de libros como “Maquetas de Sitios Pre-Hispánicos de Guatemala”, “Erupciones del Volcán Pacaya” y “Guatemala país de Contrastes”. Dentro de los homenajes que ha recibido recordamos algunos como el de “Embajador de Turismo de Guatemala” del Inguat, de la Municipalidad capitalina con motivo de la presentación de la maqueta de Kaminal Juyú encontrándose asimismo en el libro municipal de personajes distinguidos de Guatemala. Recibió igualmente el Premio Pop de Arqueología otorgado por el Museo Popol Vuh. En el ámbito fotográfico merece destacarse que obtuvo el primer lugar en la revista National History con una fotografía del Volcán de Pacaya y que también muchas de sus fotografías aparecen en libros de vulcanólogos famosos como los del francés Haroum Tassieff y de norteamericanos como Kraft y Stoiber. Por supuesto, Alfredo Mackenney es también un gran padre de familia. Casado con Luz Egurrola tiene dos hijos (Antonio y Carlos) y dos hijas (María Isabel y Lucía). Sus nietos hacen la felicidad de sus ya nueve décadas de esta vida tan espléndida y productiva, en el mejor sentido de ambas palabras. 

En fin, honor a quien honor merece. Es hora que nuestra máxima condecoración sea otorgada también a personalidades distinguidas de nuestro país y no se limite a quienes la reciben por razones protocolarias en su condición de dignatarios extranjeros. Además, nada sería mejor que concederla a los 48 Cantones al mismo tiempo que la recibe, con tal simbolismo extraordinario, un gran conocedor y admirador de la cultura de la Civilización Maya.

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