Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

En nuestro artículo anterior sostuvimos que para derrotar al Pacto de Corruptos en los comicios del año entrante se requiere de un “Pacto Histórico” entre los partidos de izquierda democrática análogo al que se hizo en Colombia para llevar a la presidencia a Gustavo Petro. Por supuesto, el contexto del país sudamericano y el nuestro son muy diferentes y cualquiera podría pensar que la fragmentación y atomización de la izquierda chapina no permite pensar que se pueda llegar al balotaje. Sin embargo, pasando revista a los votos obtenidos por los partidos de izquierda en las elecciones del 2019 – en primera vuelta – nos encontramos que sumando los votos obtenidos por Telma Cabrera, del MLP quien obtuvo 452, 260 votos; Manuel Villacorta – candidato de WINAQ – que logró 229,362; Pablo Ceto (de URNG) con 94,531; Manfredo Marroquín de Encuentro por Guatemala por quien votaron 50,597 ciudadanos más los 41,800 votos del partido Libre de Aníbal García se obtiene la nada despreciable cantidad de 868,550 votos. Casi un millón. Y además habría que tomar en cuenta que los corruptos – utilizando triquiñuelas legales – impidieron que Thelma Aldana pudiese participar. Ante la ausencia de la candidata presidencial de Semilla el voto de sus electores tuvo que dirigirse hacia otras opciones. Y en cuanto al casi medio millón de votos que obtuvo Edmond Mulet – un candidato que por su experiencia en el servicio diplomático y en Naciones Unidas proyecta una respetable imagen de profesionalismo y seriedad– no puede decirse que sean en su totalidad de centro-derecha. Mucha gente de izquierda, incluyendo a Semilla, votaron por Mulet ante la ausencia de alternativas viables en condiciones de llegar a segunda vuelta.

Por lo antes señalado es perfectamente factible (y absolutamente necesario) que los partidos de izquierda, si son realmente democráticos, se propongan hacer un frente amplio similar al “Pacto Histórico” colombiano, dado que con un buen binomio presidencial y siempre que se establezcan alianzas con los pueblos originarios a fin de presentar candidatos de peso, honorables y que sean conocidos no solo en sus comunidades sino también a escala nacional (Otilia Lux, Irmalicia Velásquez Nimatuj, Alvaro Pop, Rigoberto Quemé, Telma Cabrera por mencionar algunos nombres) un buen candidato presidencial (Eduardo Stein, Bernardo Arévalo, Juan Alberto Fuentes, Jordán Rodas) podría llegar a segunda vuelta con relativa facilidad. Sobre todo si consideramos, además, que muchos de los votos obtenidos por Sandra Torres (más de un millón: 1,112,939) son resultado de que la UNE ha sido uno de los pocos partidos de centro-izquierda con presencia y estructura organizativa en los departamentos del altiplano indígena. Por supuesto, es muy probable que la señora Torres participe de nuevo, pero también lo es que el considerable desgaste político sufrido por ella y por su partido les pasen factura. De manera que multitud de votantes decepcionados de la UNE pueden perfectamente reorientar su voto hacia buenos candidatos de un frente amplio en lo que podría ser un “pacto histórico” guatemalteco.

También hay que tener en cuenta que las “intenciones de voto” de las encuestas lo que reflejan es el conocimiento que la población tiene de ciertos personajes de la política nacional. No cabe duda que tanto Sandra Torres como Zury Ríos son personas muy conocidas debido a la trayectoria política de ambas durante las últimas dos décadas y Ríos además, creció políticamente a la sombra de su padre. En cuanto a Manuel Conde es menos conocido y los hermanos Arzú navegan gracias al apellido de su padre. Pero ser conocido (lo que revelan las encuestas es eso, que el nombre “suena”) es algo que no necesariamente se traduce en votos. Y la proliferación de partidos y candidatos que solo buscan posicionarse en función de la corrupción prevaleciente no vale la pena considerarlos con seriedad, como seguramente tampoco lo harán la mayoría de ciudadanos de este país. Nunca hay que subestimar la inteligencia del electorado.

Claro, para lograr un pacto que sea realmente histórico se requeriría tanto de un programa común como de las concesiones de los dirigentes partidarios ante la importancia de construir una coalición de partidos de izquierda que logre llegar a segunda vuelta. Y esto incluye a los candidatos a diputados al Congreso porque sin cambiar la correlación de fuerzas en el legislativo no se puede avanzar en la lucha contra la corrupción. Evidentemente, la única manera de lograr que la ciudadanía (sobre todo a escala local) vote por personas honorables, es proponiendo a gente honorable que no necesariamente pertenezca al partido y, por supuesto, sin que haya mediado cantidad alguna de dinero para ubicarse en determinada posición del listado. Y también habría que tener prevista una política de alianzas para inmediatamente después de la primera vuelta. Con la derecha liberal (Lionel Toriello) y con el centro derecha (Edmond Mulet) se puede llegar a entendidos dependiendo de cuál sea el binomio que mejor se posicione en esa primera ronda electoral. Naturalmente, los acuerdos deben hacerse sobre la base de puntos programáticos aunque, por ejemplo, desde ya habría que prever – en caso de que fuese la izquierda democrática la ganadora – que algunos huesos serán muy duros de roer. Con ARDE, por ejemplo, un entendimiento en temas como la reforma agraria será difícil a pesar de que Toriello se refiere con frecuencia tanto al Homestead Act de Lincoln como a las reformas agrarias impulsadas por Douglas MacArthur en Taiwán, Corea del Sur y hasta en Japón durante la postguerra. No obstante, en sus escritos insiste en que en Guatemala lo que necesitamos es una Ley que el llama de “Dotación Patrimonial Ciudadana” o el seguro social para disminuir la desigualdad y enfrentar los problemas sociales. Y como la reforma tributaria es otro tema clave, tal vez sea oportuno consultar con instituciones como el ICEFI para tener propuestas técnicas adecuadas, incluyendo el tema de una renta básica.

En cuanto al desmantelamiento de la cleptocracia, punto programático primordial de la izquierda, no debería ocasionar problemas, salvo si se insiste en declinar el apoyo externo. Ahora que Iván Velásquez será Ministro de la Defensa del gobierno de Gustavo Petro se abre una buena oportunidad de cooperación con Colombia. Las otras propuestas de Toriello (la restauración de la República Federal de Centroamérica y el Corredor Inter-Oceánico) no deberían ser asuntos de gran dificultad. Y en forma análoga se debería proceder respecto al programa de Mulet. Sin embargo, si fuese la izquierda democrática la que llega al balotaje, probablemente les será más difícil tragarse la píldora del compromiso que la izquierda tendrá que hacer con los pueblos originarios para convocar a una Asamblea Constituyente (plurinacional o no) o para llevar a cabo reformas constitucionales substantivas si se logra integrar un Congreso con mayoría de gente honorable (como eliminar la prohibición al Banco de Guatemala de dar crédito al Estado, reducir el número de diputados al Congreso, hacer una nueva LEPP, abordar apropiadamente la problemática del extractivismo minero y de las hidroeléctricas, etc.)

Hay tiempo todavía. Dirigentes políticos como Bernardo Arévalo, Manuel Villacorta, el Zurdo Sandoval, Samuel Pérez, Román Castellanos, Rigoberta Menchú, Carlos Figueroa, Vicenta Jerónimo, Carlos Barrios, Amílcar Pop, Francisco Sandoval, don Mauro Valle, Pablo Ceto, Aníbal García y otros deberían poner manos a la obra.

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