Luis Alberto Padilla

Doctorado en ciencias sociales en la Universidad de Paris (Sorbona). Profesor en la Facultad de Derecho y en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos. Es diplomático de carrera y ha sido embajador en Naciones Unidas (Ginebra y Viena), La Haya, Moscú y Santiago de Chile

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Por Luis Alberto Padilla

Las dos grandes amenazas existenciales para la humanidad (porque lo que está en juego es el colapso de homo sapiens) son el peligro de una guerra nuclear y el calentamiento global provocado por el cambio climático. Dado que los europeos y Washington están enviando armas (33,000 millones más para Ucrania ha anunciado Biden y la señora Pelosi, en visita a Kiev ha dicho que les apoyarán “hasta la victoria”) todo indica que el cese de hostilidades no es prioridad, de modo que esta guerra solapada (proxi-war) de Estados Unidos contra Rusia en cualquier momento podría dar lugar a que Moscú utilice armamento nuclear táctico para evitar una derrota. El misil de alta precisión que destruyó un edificio en Kiev la semana pasada, en donde “por casualidad” vivía un periodista de la radio norteamericana Europa Libre -que funciona desde la época de la guerra fría-  es una seria advertencia de lo que Putin puede hacer, aún al precio de cometer crímenes de guerra haciendo caso omiso del derecho humanitario. En cuanto a la amenaza del calentamiento global resultado del neoliberalismo que domina la economía mundial, mi libro sobre el Antropoceno y la disyuntiva:  sostenibilidad o extinción, entre cientos de miles de publicaciones científicas, ilustra la gravedad de la amenaza que, al decir de científicos como James Lovelock, constituye “la venganza de Gaia” ante el maltrato que ese tipo de capitalismo salvaje y depredador propina a la Madre Tierra o Pachamama.

¿Pero qué tiene que ver todo esto con la seguridad común?  hace ya cuarenta años,  en el apogeo de la guerra fría y cuando la mala relación entre Estados Unidos y la Unión Soviética había tocado fondo (Reagan se proponía “echar para atrás”  -roll back-  a todos los regímenes pro-soviéticos, la URSS había invadido Afganistán),    Olof Palme – entonces primer ministro de Suecia –  al frente de una comisión internacional   elaboró un informe  que buscaba apaciguar a los contendientes y en el cual se presentó como  novedad el concepto de “seguridad común”  que busca demostrar que la seguridad es algo que se arregla de manera conjunta o no puede haberla ( si mi vecino no está seguro yo tampoco puedo estarlo, por eso hasta las colonias de clase media se protegen de la delincuencia común con seguridad privada pagada entre todos)  y  como dijo el ministro sueco para asuntos de la UE Hans Dahlgren “no se puede alcanzar una seguridad que se sostenga amenazando la vida del adversario”. La paz y la seguridad globales se crean conjuntamente pues “si tu contraparte no está segura tú tampoco lo estarás”.  Nada de  ingenuo tiene pensar entonces que, aún en los peores momentos,  “ el epicentro de la confrontación de Rusia contra la OTAN” -dice el Informe-  con las horribles consecuencias que tiene, se plantee la necesidad de que las potencias occidentales entiendan que si Rusia no se siente segura con la OTAN a sus puertas,  es urgente no solo un alto al fuego en el corto plazo -en lugar de atizar la prolongación de la guerra suministrando armamento a Zelenski-  sino de negociar  a mediano plazo el desarme nuclear y la disolución de las alianzas militares.

Por cierto, el desarme nuclear es algo a lo que se han comprometido formalmente las 5 potencias nucleares miembros permanentes del Consejo de Seguridad,  si nos atenemos a lo que dice el comunicado conjunto sobre prevención de la guerra nuclear y el armamentismo de fecha 3 de enero del año en curso -propuesto originalmente por Rusia según declaraciones del canciller Lavrov en una entrevista a la televisión india- ya que “una guerra nuclear no se puede ganar y no debe ser nunca combatida” pues las armas nucleares “mientras existan, solo sirven para propósitos defensivos y para disuadir la agresión previniendo la guerra”. También los 5P reafirman su compromiso con el Tratado de No Proliferación (TNP) y reiteran su compromiso con el desarme nuclear de conformidad con el artículo VI que obliga a todos a suscribir un nuevo tratado para “el desarme general y completo bajo un estricto y efectivo control internacional” Clic aquí 

La seguridad común es pues un concepto multidimensional que se aplica a toda amenaza.  Las que en materia de salud ha significado el COVID 19 también, porque “o todos estamos seguros o ninguno lo estará”, lo que hizo necesario que la cooperación internacional para que la vacunación se hiciera en todo el mundo y no sólo en los países ricos. A ello se debe que los Estados Unidos nos hicieron llegar vacunas regaladas Por eso es  lamentable que, en Guatemala,  nuestra seguridad común se vea puesta en riesgo debido a la  ineficiencia de los servicios de salud,  que sólo han podido  vacunar  al 33% de la población en forma completa (y al  44% parcialmente)  ocupando Guatemala el último lugar en Centroamérica, pues, para citar un par de ejemplos de la región,  Costa Rica vacunó al 86% de su población y El Salvador al 71% según Our World in Data.  Y, el colmo, hay millón y medio de vacunas donadas (de Moderna), medio millón (de Pfizer) y 4.8 millones de las Sputnik compradas a Rusia ya vencidas. Ni siquiera se pudo organizar la vacunación masiva de la población para evitar su vencimiento.

En consecuencia, el informe sobre Seguridad Común “Nuestro Futuro Compartido” elaborado por el Centro Internacional Olof Palme, el International Peace Bureau y la Unión Internacional de Sindicatos parte de la idea que la seguridad común es un concepto holístico. Por eso también se hacen recomendaciones sobre seguridad humana haciendo ver que para vivir libres de temor e inseguridad todo ciudadano requiere del estado de derecho, así como de la posibilidad de satisfacer necesidades básicas como las de alimentación, protección, trabajo o vivienda. Por ello, el empobrecimiento de comunidades enteras, que antes vivían de lo producido en sus territorios, pero ahora se encuentran bajo ataque de poderes corruptos disfrazados de “modernización” y “desarrollo” (como sucede en Guatemala con la minería y el represamiento o desviación de ríos) es también fuente de inseguridad humana creciente.  La discriminación de género, que margina a la mujer a pesar de ser ella quien mejor puede contribuir al buen manejo de los recursos naturales (como el agua) es otro de los ejemplos que presenta el Informe, al igual que la degradación ecológica que ha venido causando conflictos en tal magnitud que para fines del 2020 habían provocado el desplazamiento de unos 34 millones de personas incrementado el flujo de refugiados y trabajadores migratorios. También los autores del Informe se refieren al hecho que la globalización neoliberal concentra la riqueza y aumenta la desigualdad social, bomba de tiempo que, o se desactiva con políticas apropiadas o su estallido acarreará consecuencias terribles. Finalmente, el Informe se refiere al hecho la seguridad del planeta que habitamos requiere enfrentar el cambio climático integrando los riesgos en las estrategias de Naciones Unidas mediante, por ejemplo, los ODS o las tecnologías verdes destinadas a descarbonizar la energía. En síntesis, el concepto de seguridad común es primordial para enfrentar tanto la amenaza nuclear como la crisis ecológica. Los ministerios de defensa y del interior, al igual que la sociedad civil, deberían incorporarlo a sus principios fundamentales y aplicarlo en las políticas públicas de seguridad entendida de esta manera holística.

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