En la fotografía el mandatario de Guatemala, Alejandro Giammattei. Foto: La Hora/Presidencia

Los mexicanos suelen decir que el último año de gobierno de un presidente, gobernador o alcalde es “el Año de Hidalgo” porque pendejo quien deje algo, sin que la mención tenga absolutamente nada que ver con la figura de don Miguel Hidalgo y Costilla. Se dice así por la experiencia vivida al final de cada sexenio en ese vecino país, equivalente al último año de nuestros cuatrienios, cuando los funcionarios con poder sienten que el mismo se esfuma entre las manos y tienen que aprovechar, generar y exprimir cualquier tipo de negocios porque en pocos días se les acaba esa facultad.

Con justa razón se puede pensar que en Guatemala todos los años son de Hidalgo porque aquí raro es el pendejo que deje algo, pero debe reconocerse que en el último período de doce meses se multiplican las tentaciones, con el agravante de que ya adquirieron la suficiente experiencia y gusto por el trinquete que les hace actuar con menos precauciones y mayor descaro. Antaño los recién llegados al poder tenían un período de aprendizaje en el que no podían saciar toda su voracidad porque debían aprender cómo hacerlo, pero actualmente, antes de llegar, quienes han de ser sus socios no solo los financian sino que les dan clases sobre cómo es que se hace el negocio.

A estas alturas es cuando posiblemente esos eternos socios de los poderosos más tienen que trabajar, porque deben dar gusto al saliente, pero empiezan a analizar el panorama para determinar quiénes tienen alguna probabilidad a fin de acercarse a ellos y darles el famoso financiamiento electoral que abre las puertas (y las fronteras, cuando proviene de algún traficante). Pero no por pensar en el futuro dejan de sacarle provecho al presente y entendiendo el significado del año de Hidalgo se mantienen en enorme actividad, porque no olvidemos que si los políticos se bañan en dinero, sus proveedores o contratistas hacen lo propio y hasta en mayor proporción.

La ausencia de mecanismos de control facilita mucho las cosas y estimula más el trinquete. No disponemos de una Contraloría que se preocupe por la supervisión que le ordena la Constitución de la República mediante una fiscalización detallada de las erogaciones que se hacen. No disponemos de entidades dispuestas a la investigación criminal para perseguir a los que cometen el delito de corrupción porque, precisamente para eso fue que se conformó el famoso pacto que ha sido tan rentable para muchos.

Y la entretención del circo electoral distrae a la opinión pública mientras la gente en el poder termina de hacer de las suyas.

Redacción La Hora

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