Tratan es de silenciar a la prensa, porque saben perfectamente que mientras mayor control se tenga sobre el flujo informativo, menos riesgo corren de que puedan darse expresiones de oposición a sus dictados. Foto: Archivo.

Poco después de la fundación de la Asociación de Periodistas de Guatemala, al final de la primera mitad del siglo pasado, se dispuso celebrar el Día del Periodista en esta fecha, recordando la primera edición de La Gazeta de Guatemala en 1729, fecha que nos sirve anualmente, no tanto para la celebración, sino para reflexionar sobre el sentido de nuestro compromiso de informar. Ciertamente, hay épocas en las que es menos difícil el ejercicio de esa misión y otras en las que el poder opresor lo hace mucho más difícil y hasta riesgoso, entendiendo que esa intolerancia no está únicamente en manos de gobiernos autoritarios, sino también de poderes fácticos pero decisivos en la sociedad.

Nuestra historia está plagada de momentos cruciales en los que el flujo de información fue decisivo para la toma de conciencia sobre las realidades vividas y que demandaban alguna transformación.

Precisamente por ello es que los déspotas, de todo tipo y tendencia, lo primero que tratan es de silenciar a la prensa, porque saben perfectamente que mientras mayor control se tenga sobre el flujo informativo, menos riesgo corren de que puedan darse expresiones de oposición a sus dictados. Y con la larga lista de dictaduras que se acumulan en la historia patria, bastaría para entender lo arduo y difícil que ha sido esta profesión.

Esas dictaduras y el Conflicto Armado Interno que asoló a Guatemala por tantos años, se caracterizaron por la brutal represión contra los periodistas, puesto que la difusión de noticias que reflejaran la realidad era contraria a los intereses de los poderosos. Hemos vivido una que otra Primavera Democrática en la que el debate y el flujo abierto de información enriqueció al pueblo, pero la verdad siempre resulta tan molesta que, tarde o temprano, se reviven los afanes despóticos para silenciarla.

En los últimos siete años se ha revivido ese modelo represivo que pretende imponer mordaza para que no haya quien relate con pelos y señales la forma en que se saquea al país. Nunca se habían vivido los niveles de corrupción que se han ido perfeccionando, al punto de que tras la experiencia del 2015, cuando se destaparon los casos más escandalosos, se trabajó y logró crear el sistema de impunidad que permite a tantos robar sin temor a castigo.

Uno a uno los casos bien investigados se van cayendo en el entramado de la ausencia de verdadera justicia y el papel del periodista se vuelve más odioso porque es el que recuerda y señala los crímenes sin castigo y/o perdonados y por ese compromiso de informar, el poder se ha vuelto más creativo, como cuando aplanadoras de diputados y jueces se confabularon buscando acabar con medios como quisieron, infructuosamente, hacer con La Hora.

Redacción La Hora

post author
Artículo anteriorCayendo como fichas de dominó
Artículo siguienteLa defensa se impone en un Brasil con vocación ofensiva