Lo que sucedió con los migrantes es un tema que debe hacernos reflexionar al respecto. Foto La Hora/AP

Siempre hemos creído en la necesaria separación entre el Estado y la Iglesia como fundamento esencial y necesario dentro de una auténtica libertad de cultos pero ello no significa, de ninguna manera, que no creamos que la religión tiene importancia y que sus fundamentos, valores y enseñanzas no puedan ni deban servirnos a todos los seres humanos en general. El evangelio del Tercer Domingo de Adviento es una pieza en la que se describe cómo Juan Bautista está anunciando la ya próxima llegada del Señor y pide que se preparen adecuadamente para recibirlo, dando consejos que han tenido vigencia a lo largo de la historia desde el inicio de la Era Cristiana, pero que al día de hoy en lugares como Guatemala se convierten en necesarios para la reflexión sobre nuestro futuro como Nación.

Dice el Evangelio que “La gente le preguntaba: ‘¿Qué debemos hacer entonces?’ Él les respondía: ‘El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto’. Algunos publicanos vinieron también a hacerse bautizar y le preguntaron: ‘Maestro, ¿qué debemos hacer?’ Él les respondió: ‘No exijan más de lo estipulado’. A su vez, unos soldados le preguntaron: ‘Y nosotros, ¿qué debemos hacer?’ Juan les respondió: ‘No extorsionen a nadie, no hagan falsas denuncias y conténtense con su sueldo’.”

Viendo lo ocurrido con nuestros compatriotas migrantes debemos pensar si somos una sociedad solidaria donde el que tiene dos túnicas da una al que no tiene o si, por el contrario, somos una que acapara dinero y privilegios para dejar al que no tiene en peores condiciones, robándoles hasta la esperanza. La prosperidad que indican las cifras oficiales de nuestra economía no sólo no se traduce en bienestar para todos, sino que además es resultado en buena medida del trabajo de esos que, por pobreza, decidieron irse a los Estados Unidos. No digamos del que tiene que comer y no se inmuta porque la gente que muere de hambre tiene que buscar una solución desesperada dejando a sus familias para poderlas mantener.

A los publicanos les pidió que no exijan más de lo estipulado en la ley y que sujeten sus actos a las normas en vez de usar sus poderes para enriquecerse. Y el mensaje más lapidario lo dio a los soldados, los que tienen las armas supuestamente para defender al pueblo y actúan en nombre del Estado. A éstos les dijo que no extorsionen a nadie, que se abstengan de hacer falsas denuncias y que se contenten con su sueldo.

El mensaje va para todos los agentes del Estado. ¿Qué dirán los que cobran mordidas a troche y moche, los que encargados de la persecución penal que no mueven un dedo contra los criminales y corruptos, pero sí contra quienes les critican por promover la impunidad y los que reciben millonadas del narcotráfico? Seguro que no les importan los consejos ancestrales que siguen teniendo plena vigencia al día de hoy.

Redacción La Hora

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