José María Laviña Rodríguez, es el actual Embajador de España en Guatemala. Foto La Hora/AGN

Algunas personas expresan su asombro ante la actitud que ha tenido la Embajada de España en Guatemala con relación a la crisis del Sistema de Justicia debilitado por la cooptación del Pacto de Corruptos. Mientras la mayoría de países que conforman el llamado Grupo de los 13, que reúne a naciones muy activas en la cooperación para promover desarrollo en nuestro país han sido categóricos en señalar su preocupación por lo que está ocurriendo y por los últimos ataques que se dirigen al Estado de Derecho para garantizar impunidad a los corruptos, la misión española guarda silencio, situación que algunos explican desde el punto de vista que el Embajador está más interesado en jugar un papel protagónico el 15 de Septiembre, con el bicentenario de la Independencia, que en lo que está ocurriendo aquí.

Sin embargo hay que preguntarse si aún y con el cambio de gobierno que hubo en España hace algún tiempo no prevalece en la diplomacia española la línea que trazó en Guatemala Manuel Lejarreta, quien lejos de actuar como representante del Reino de España se convirtió en el intermediario al servicio de la Terminal de Contenedores de Barcelona para realizar el sucio negocio de la Terminal de Contenedores Quetzal que se concretó mediante un soborno jugoso a Otto Pérez Molina que ha tenido repercusiones en la llamada madre patria en el curso de los procesos contra Ángel Pérez Maura, quien luego vendió la concesión a una empresa holandesa que tranquilamente se terminó quedando con el negocio sin que hubiera la menor consecuencia legal por el sonado trinquete.

En ese momento la Embajada de España estuvo manifiestamente al lado de los corruptos y fue partícipe de uno de los negocios que pudieron salir a luz cuando la CICIG y la FECI realizaron investigaciones sobre las acciones del presidente de la época. Cualquiera pensaría que eso fue un hecho aislado, producto del interés personal que tenía un diplomático en una operación ilícita y que por ello comprometió a la representación que encabezaba. La postura actual de la Embajada, sin embargo, sorprende y mucho, porque por mucho interés que pueda tener un embajador en salir en las fotos del bicentenario de la Independencia no puede anteponer ese banal propósito ante lo que sus colegas de otras misiones han entendido en su justa dimensión.

Creer que Giammattei le agradecerá su silencio es tanto como que aquella se consuele pensando en la lealtad del amigo. Y si supiera algo de historia sabría que el tal bicentenario es más motivo de pena que de gloria.

Redacción La Hora

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