Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Vivir la vida parece ser una tarea compleja.  No voy a decir que complicada, aunque a veces así se puede sentir.  Lo complejo lo entiendo como que hay un sinnúmero de factores que incidentalmente van influyendo para que se den las cosas.  

Una buena pregunta podría ser; ¿qué cosas se juntaron para que algo saliera de la manera en que salió?  Pero acepto que es difícil, porque en la superficialidad con que se analizan las cosas, fácilmente nos entusiasmamos con detalles, y dejamos por un lado la consideración de todos los elementos.  Debería uno concentrarse en la evidencia que tiene, y no en la que desearía encontrar.

Si ya de entrada los sentidos no dan para tanto y solo nos dejan percibir una pequeña parte del exterior, habría que agregar que las primeras impresiones pueden favorecer falsas percepciones.  Es necesario valorar los contextos para concluir sin prejuicios.  Pero como me recordó hace poco una querida amiga que dije una vez; en un mar de insatisfacciones, es fácil perderse y zozobrar.

En realidad, no creo que vivamos en una época en la que no haya valores.  Pienso que en realidad los valores se van jerarquizando, y que hablar de valores es hablar de lo que se vale.  Mi idea en este punto es promover que tratemos de no parecernos a los falaces políticos que es más lo que fingen que lo que fungen.  Que no vivamos nuestras vidas de forma solo políticamente correcta.

Un ser humano no puede mentirse a sí mismo, sabe muy bien quién es, por mucho que se quiera dar la razón.  Si no se da cuenta, irremediablemente tendría que estar loco.  La racionalización puede ser un autoengaño y el discurso sofista un vicio de argumentos falsos o verdaderos a veces, que solo buscan confundir maliciosamente. 

Basta de charadas, todos sabemos quién es el otro, todos nos conocemos bien entre nosotros, aunque disimulemos.  Todo es una mascarada y no importa cuanto pueda durar la farsa en el pandemonio propio y en el de todos; donde muchas veces hay relaciones más emocionales que sexuales y otras más sexuales que emocionales, y con mucha falta de alguna buena razón.

Seguimos hablando de Dios con eterna gratitud por todo lo que nos da, pero no crecemos ni hacemos en su nombre, aunque solo fuera para agradar al gran Padre, que ya sería algo por lo menos.  Pareciera que Dios como referente de todo, fracasó.  Todo el mundo habla amargado, resintiendo e indignado porque no se le reconoce.  Hay algo siniestro en querer forzar los límites de la realidad y vivir pidiendo imposibles.  

De acuerdo con lo anterior, parece útil cuidar el orgullo y sus connotaciones de poder, dinero y hasta sexo, que solo atienden la imagen.  Se puede ser como un perro que mueve la cola y que puede morder, o como alguien que sabe varias lenguas; pero la lengua del alma es la propia y es una.  Me gusta lo del alma, ella lleva al valle una bella llave.

La lujuria, el amor, el odio y la ganancia son temas humanos que fácilmente hacen una crisis que normalmente no es fácil atravesarla en soledad.  Tesón, denuedo y ahínco son como tres primos que nadie aprecia, y los acosa la pandilla de gamberro, alcornoque, capitoste y tarambana.  Todos viven dentro de uno mismo como arquetipos, esperando la ocasión de aparecer, principalmente en momentos críticos.

A veces, cuando estamos en crisis, y en el afán de no sentirnos solos, hacemos o decimos algo que lastima, y muchas veces hasta habiendo tenido una supuesta buena intención.  Digamos que no lo hacemos adrede, pero sin duda en nosotros los humanos hay muchas heridas fáciles de tocar; heridas que fácilmente vuelven a sangrar.  Pasa mucho con la gente que conocemos, incluso la que queremos.  Sabemos dónde tocar, y tocamos donde duele.  Por eso pienso que, aunque nos enojamos con lo que alguien nos hizo, nos equivocamos, porque casi nada es personal, pero uno se resiente y ataca.  Más nos valdría aprender de nuestra vida y sanar nuestras heridas para evitar ser lastimados por propios y extraños.  Eso no significa que no haya bellas personas que sean un lugar seguro, es menester encontrarlas y atesorarlas.

La apatía o las malas épocas no nos dejan estar en paz.  Por si fuera poco, desconfiamos de la serenidad y la quietud y buscamos algún conflicto que nos haga sentir vivos.  El conflicto es un malestar y suele no hacernos bien.  Pero no se busca porque sea bueno, sino porque enciende el cerebro y genera sensaciones de estar vivo, como ocurre con cualquier pasión, y si se hace imperativo, con cualquier sustancia.  

Ojalá lo malo hiciera sentir feliz, pero no, se busca más bien porque hace sentir excitado, frenético.  En estados así no pensamos, solo sentimos algo y le inventamos alguna idea peregrina para justificarlo.  Puede ser que la gente que es mala no lo sepa, pero intoxicada con ella misma está embriagada y padece una especie de trastorno mental.  Además, suele pasar que la promoción y la atención popular elogia a los malos.  Nadie reverencia a los buenos, como si la virtud fuera una marca de vulnerabilidad.

No en balde el ser humano quiere ser omnipotente, invulnerable e infatigable. Para contrarrestar eso está la homeostasis y el cuerpo se enferma para detener el frenesí.  La personalidad no para por sí sola y tiende a ser egosintónica, es decir a estar de acuerdo con ser como es, en un discurso soberbio donde predomina el así soy yo y qué.  No es que esté mal querer acceder al mundo o querer algo, pero a veces se quiere más de lo que conviene.  Yéndose de boca o dejándose llevar todo puede resultar rotundo, monumental, estrambótico y esperpéntico.

En base a lo anterior podría decir que no es lo mismo ser estoico que aguantador.  El estoico está pensando, y es el neurótico desfasado el que no se adapta y solo sigue consignas maniqueístas de bien y mal, sin atender medios, motivos y oportunidades para cometer una acción; y sin hacerse preguntas de qué, quien, cómo, cuándo, donde, por qué y para qué, que dan mucha luz para entender y decidir con sano juicio.  En algún momento una conciencia solo sensorial y visceral, debería atreverse a apelar a una conciencia conceptual.

El valor y la bondad necesitan de la inteligencia, y en estados de excitación esta se embota.  No se puede ser operativamente inteligente si uno está rabioso, asustado o resentido.  Para ser inteligente y tener una voluntad juiciosa, hay que estar sereno.   

Tal vez lo más cercano que podamos estar de la felicidad sea la paz interior.  Y si queremos estar contentos de vez en cuando, para eso están las fiestas. 

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