Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Con la fiesta en su mejor momento, y luego de dar muchas vueltas por el salón, él se atrevió a sacar a bailar a una mujer que llamó su atención.  Tras escuchar la invitación, la chica le regaló una negativa; amable se entiende, pero negativa al fin.

Él trató de fingir que no le importaba, con un rostro constreñido que intentaba disimular su enojo y el miedo de que la gente hubiera notado el desaire.  Asumió una actitud indiferente, con expresión disfrazada que no impedía correlacionar la indiferencia con la disociación.

Volvió a caminar por el salón, esta vez moviéndose dentro de un espectro de tonos grises.  Estaba nervioso y se sentía inestable, y con el deseo de algún arrebato.  La herida en su orgullo le dolía profundamente, y trataba de sobrevivir haciendo gracias de nada y bromeando por cualquier cosa.

Todo iba bien hasta que un amigo le preguntó sobre la invitación a bailar.  Fue como que alguien hubiera tirado una granada.  Montó en cólera y empezó a despotricar en contra de la joven que lo había rechazado.  La maldijo ante su amigo, la acusó de vanidosa, presumida y casquivana.  Sostuvo que era una tonta que no sabía de lo que se perdía, y que muchas hubieran dado lo que fuera porque él las invitara.  Levanto otros falsos en nombre de ella, como si la conociera y como si la odiara.

La verdad era que no sabía nada de la chica, ella solo le había gustado y punto.  Lo único que sabía de ella era que le había dicho que no, pero le bastó con ese único monosílabo, “no”, para hacer un diagnóstico de interminables defectos.  Pudo haberse quedado con eso y nada más, pero lo volvió una afrenta intencionada.

Si lo hubiera pensado con más calma, habría entendido que ella no lo conocía y que en consecuencia no podía haber sido una acción personal.  Además, él no sabía detalles.  Tal vez ella tenía prohibido bailar o no lo hacía por convicción, o de pronto era que no sabía hacerlo o que sentía mucha vergüenza por timidez.  A lo mejor estaba enamorada de alguien, quizá tenía novio.  Es más, podía ser que tuviera una pierna más corta que la otra o hasta un tema de dismenorrea.  En fin, nada de todo eso tenía que ver con él, pero él lo hizo suyo y lo volvió personal.

El pensamiento, las más de las veces solo pone ideas a lo que se está sintiendo, y es un recurso muy limitado, porque las emociones son infinitas y avasalladoras.  Pero el narcisismo tiene esas cosas; es tan primitivo y tremendamente emocional.  Es una esencia tan espesa, que necesita tiempo para que la realidad la diluya y favorezca una individuación que permita diferenciarse de todo lo que ocurre afuera, sin desembocar en ideas sobrevaloradas, donde todo tenga que ver con uno.  Es como una metamorfosis; pasar de tepocate a renacuajo, hasta alcanzar la identidad de una rana adulta.

La negativa de la chica era una experiencia y no una afrenta; pero como ya se sabe, cada uno ve las cosas como quiere o como teme que sean, y no como realmente son.  Por eso es necesario practicar, y atreverse a cosas nuevas que podrían decirle a uno, algo sobre sí mismo que todavía no sabe.

No tenía caso que aquel muchacho se pusiera esas cargas; en parte porque eran injustificadas, y porque eran más pesadas que el complejo original que las desataba.  No debía exigirse resultados obligados, absurdos, o desgastantes y dolorosos por no ser posibles.  Cualquiera sabe que querer cargar con todo, hace sentir que no se está a la altura o que se decepciona a alguien.  Para ser no hay que parecer, solo hay que ser.  

Tal vez aquel muchacho, por razones de la vida, no había podido tener el sobrecogimiento de sentirse conmovido y enternecido con algo que él hubiera provocado. Tal vez por eso se exigía los resultados que resentía no lograr.  Había otras formas de vivir, no necesariamente mejores, pero tampoco necesariamente peores.  El atrevimiento a la incertidumbre termina siendo un valor esencial.

Sin duda que el chico de la historia venía de una mala crianza, con una andanada de viejos conceptos estereotipados y hasta alienantes, que lo hacían actuar en base a ideas preconcebidas.  Tal vez en lugar de ser doméstico como se pretendía, solo estaba domesticado, y lo que le convenía era buscar su origen natural, atreverse a ir al encuentro consigo mismo sin influencias de la mala educación.  De pronto y le convenía explorar la selva virgen de la que había partido y que no había podido conocer.  Debía dejar de buscar tierras prometidas, donde no se cumple ninguna promesa.  

Así pasa con la vida, se quiere llegar sin saber a dónde ni para qué; es solo la imaginación.  Toda la gente tiene una idea de la casa de sus sueños; tal vez en una colina con una gran vista, con piscina y cancha de tenis y hasta con un hoyo de golf.  Lo chistoso es que cualquiera la tiene en mente y nadie vive en ella.  Es el problema de poner la felicidad en un futuro que no existe.  Mucha gente quisiera más tiempo para vivir, solo para seguir haciendo lo mismo, actuando por ira, miedo o resentimiento; cada uno ante cosas distintas.  Esa es la individualidad, uno y su propia historia malentendida.

Es necesario desaprender, soltar, cortar a diario cordones umbilicales que atan.  Si ponerse de alfombra no sirve hay que dejar de hacerlo.  Si maltratar aísla a las personas, se para y punto.  Si suplicar no funciona, se debe dejar atrás.  No tiene tanta ciencia, pero es difícil, porque es como ir en contra de uno mismo.  La única ciencia sería que a través de la comprensión de los fenómenos se pueda llegar a la esencia de las cosas, en este caso, la esencia de uno mismo.  Los vínculos emocionales bien llevados y maduros son lo mejor que se puede hacer en la relación con otros.  Hay que aprender a perder, a rendirse, a resignar y a renunciar; es parte del paquete de vivir.

Pero el chico de la historia no se serenaba, se sentía explicado.  Impotente ante sí mismo vivía su desgobierno y no hacía más que sufrir como una víctima de su importancia.  Era un necio, pero no se daba cuenta, como le ocurre a los necios.  Se portaba como si no le diera tregua a la gente, pero era él quien no se la daba a sí mismo.  La gente podía darle la espalda y largarse, pero él debía seguir consigo mismo día y noche padeciéndose.

En lugar de forzar una relación imaginaria con la chica, aunque fuera para odiarla en silencio y no sentirse solo; una historia con final feliz pudo haber sido que cuando ella le dijo, “no muchas gracias”; él sonriendo hubiera dicho; “al contrario, gracias a ti por responderme, que estés bien”.

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