Juan Jacobo Muñoz Lemus

juanjacoboml@gmail.com

"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Escribí algo de esto hace unos diez años y ahí quedó; pero la vida siguió y he ido encarándome con otras cosas. La vida, la mía quiero decir, me ha hecho el favor de pasearme y de enseñarme. A veces me lleva en zopilotillo, otras veces he llegado a algún punto arrastrándome o atropellado y aplastado por algo que chocó conmigo, y otras me estrellé en el suelo en plena caída libre.

Entre otras cosas, me he dado cuenta de que en el mundo existen ciertos temas que funcionan como grandes tabúes; tres de ellos son el sexo, la muerte y la locura. Son temas de los que normalmente se habla en broma, que nunca se tocan en serio, y me es posible entender desde esa perspectiva por qué existen con tanto éxito algunos negocios muy productivos como la pornografía y la trata de personas, el tráfico de armas y el comercio de drogas. Sexo, muerte y locura bien representados, mientras todos vemos para otro lado.

Pero hoy, el tema al que quiero referirme es al de la sexualidad, en términos míos por supuesto y sin querer imponer nada o atentar contra ideologías. Pienso que el sexo está sobrevalorado porque se le atribuye más de lo que merece; pero que también está subvalorado, porque no se le vive como merece.

Voy a empezar con una pregunta; ¿a quién no le gusta ir a la cama con alguien y sentirse bien a través del placer de los sentidos? Supongo que no a muchos, pero creo que se puede poner mejor, si no se reduce el acto sexual a un masaje apenas genital, y se intenta vivir dentro del marco de una sexualidad plena.

No se puede pedir plenitud a lo que no se vive plenamente, esa es mi tesis; y parto de una premisa, que la vivencia erótica puede ser una de las materializaciones más bellas de la comunión entre la mente y el cuerpo.

Como el mundo es como es, la doble moral alcanzó a ensuciar el tema del sexo que tiene de base una patente biológica. El tema se llenó de mitos, dudas, prohibiciones y culpas que no han detenido a nadie; pero se insiste porque es lo que tienden a hacer la sociedad, la cultura y en buena parte las religiones. Y en el esfuerzo por normar a la naturaleza, se ha querido llegar a inculcar que el sexo, el amor y el matrimonio, son prácticamente sinónimos.

En muchos espacios la educación sexual se prohibió por razones ideológicas y en contra de los intereses de los que necesitan aprender, y cuando se le da cabida se vuelve un temario catastrófico que incluye embarazos no deseados, aborto, anticoncepción y enfermedades sexualmente transmisibles. Y aunque no me niego para nada a que se valore la responsabilidad, también deberían ser parte del tema, el erotismo y la relación amorosa.

Nos movemos entre conservadores, vanguardistas de avanzada y muchos que son ambiguos; pero en el mundo de los significados, es posible encontrar que una cosa puede ser distinta para muchas personas y que incluso puede ser distinta para una misma persona en circunstancias personales diferentes. No en balde podemos ver casos en que el momento sexual alcanza a ser un acto de rebeldía, una muestra de dominación, un espacio perverso o una libre entrega. ¿Por qué? Porque tenemos imágenes propias que construyen nuestra forma de verlo todo, de ver lo que vemos como nosotros somos, y de entender el mundo y nuestro lugar en él.

Ya no podemos seguir adheridos a estereotipos rígidos, mal adaptados y deteriorados. Ya no funciona seguir hablando de hombres fuertes, valientes, protectores, poderosos y proveedores; o de mujeres dependientes, tiernas y generosas que renuncian a ellas para ser maternales.

Pero volviendo al tema de la sexualidad, puedo decir que hay algo más que sentir rico. La idea es no obsesionarse con algo y que no se hagan cosas en la cama para obsesionar al otro. Más allá de desfogar e intentar excesivas proximidades que solo buscan evitar la intimidad; en la contienda del amor, debería ganar el que hiciera ganar al otro.

Tengo la imagen de que uno no se mete a la cama a hacer el amor sino a tocarlo. El amor se viene haciendo en el camino, en el tiempo y de buena manera; y ofrece la recompensa de dejarse tocar en la cama, como si fuera el postre delicioso que sigue a una comida nutricia. Como pasa en la magia, momentos misteriosos ocurren bajo las sábanas, y el sexo tiene la opción de ser un placer y la celebración de un rito humano amoroso.

Propongo que nos entendamos con el sexo en distintas áreas de identidad. La primera puede ser el género. Cada ser requiere identidad y sentirse cómodo en lo que es. Percibir su mismidad, entenderse con la otredad, y encontrar su lugar en el mundo y con los demás. Tener una convicción íntima y profunda de sí mismo, independientemente de su definición sexual. Tiendo a creer que el trastorno de identidad de género que más daño nos hace a todos por su alta difusión, es el machismo de tantos hombres que necesitan dominar y someter para sentir que lo son.

La segunda área es la conciencia de la reproductividad. El sexo trae consigo consecuencias de progenie, y es necesario tener una identidad parental bien cimentada, para no correr el riesgo de tener que ser padre cuando no se quiere. Un acto irreflexivo siempre cobra víctimas inocentes.

El erotismo puede ser la tercera. Más allá de solo tener la capacidad de sentir, debemos aprender a sentir. Capacidades afuera, cada persona siente lo que se permite a sí misma y lo que considera válido, con imágenes que construyen su identidad erótica. Todos con un guion propio, nos permitimos sentir o no, de acuerdo con la cultura y las propias experiencias. Si todo va mal, la gente se siente mal y siente mal. La consecuencia de esto pueden ser las disfunciones sexuales.

Finalmente está el vínculo. Se requiere de verdadera autonomía para sentir confianza y no tener miedo a perderse en la entrega. La vinculación afectiva es la capacidad de uno para con otro. Con pobre identidad vinculativa se promueve una pseudointimidad que solo revela dependencia y produce sentimientos de estancamiento y desagrado. Sabemos de sobra que hay muchas personas que solo tienen una relación para tener sexo, y otras que aceptan el sexo para sentir que están en una relación. El sexo puede ser mejor que eso, como una función más dentro de una relación íntima.

El punto es que hay un deseo natural y bastante inmediato en todas las personas, pero pasa también que a una relación le toma más tiempo la preparación para alcanzar una cosecha; y es necesario caminar por la ruta del verdadero amor, para que la sed del deseo sea deliciosamente satisfecha por el agua fresca del manantial de la ternura.

De ser así, una relación sexual puede alcanzar a ser, el acercamiento de dos personas para explorarse y conocerse mutuamente con la intención de crecer juntas, al mismo tiempo que se ofrecen ternura y amor. En mis términos, la cúpula de la cópula. ¡Salud!

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