Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Tratando de ser coloquial se me ocurre decir que al principio de la vida uno por acariciarse se araña, hasta que aprende a rascarse con sus propias uñas. Al momento de crecer no alcanza con uno de forma natural, lo que me parece importante porque pienso que el sentido de la vida debe estar en ser uno mismo o de lo contrario, todo lo que no importa termina siendo importante.

Sabemos que no importa el qué sino el por qué, pero vivimos en un mundo que todo lo quiere volver una mercancía, de ahí tanta tristeza, enojo e insatisfacción.  Los humanos creyendo que pensamos confiamos demasiado en la ilusión, lo que tiene lógica si entendemos que es una forma de evadir el encuentro con uno mismo que siempre resulta doloroso.  Pensamos sobre lo que sentimos y en consecuencia obtenemos conclusiones viciadas, y el vicio viene de dentro por tratarse de una intoxicación por un primitivo egocentrismo.

Digamos que si uno no piensa bien solo le queda reaccionar y dejarse llevar por emociones entusiastas que en una suerte de posesión hacen hablar, prometer, decidir y actuar.  Así, las conjeturas impulsan travesuras que buscan aventuras que traen desventuras y dejan amarguras. Así de duras son las verdades puras.

Los que han vivido y sufrido nos hacen el favor de llevarnos al pasado donde nos cuentan el futuro para que no arruinemos el presente; pero procesamos mal los temas cuando no tenemos suficiente experiencia propia, y tampoco podemos vivir la vida sacándola de un libro.

Pongo por ejemplo al sexo. Me parece que está sobrestimado porque se le atribuye más de lo que merece, y que está subestimado porque no se le da lo que le corresponde; y así como los alquimistas querían convertir a los metales comunes en preciosos, la fantasía funciona igual queriendo convertir algo simple en algo mejor.

Traigo todo a colación porque acaba de pasar el día de la eliminación de la violencia contra la mujer y estuve en algunos eventos donde el tema más destacado fue el de la violencia machista. Estuve de acuerdo con mucho de lo que escuché, y no pude dejar de recordar una cita referida a que de nada sirve enseñar a las ovejas las bondades del vegetarianismo mientras el lobo siga siendo carnívoro, y entonces recordé que hace unos años escribí algo atribuyéndome la opción de ponerme en el lugar de las mujeres, en el afán de avisar como se puede entrar en la boca del lobo jugando con el peligro. Lo escribí en parte porque soy hombre, tal vez porque ya estoy viejo, porque soy psiquiatra, un poco porque me dedico a la cosa forense, y principalmente porque he conocido la vida de muchas mujeres. Decía un poco así.

Si yo fuera una mujer no le abriría las piernas a nadie, tal vez a alguien que lo justificara y tiempo después, luego de conocerlo.  Las cosas humanas que son sagradas merecen ser tratadas como tales.

No sería presumida y buscaría alguna fuerza espiritual, y no ofrecería mi sexo como si fuera un premio para dar o un arma para conquistar.  Tampoco quisiera ser una mujer que lo regateara o lo ofreciera como si fuera un tesoro.

Me gustaría estar consciente de no ser la parafernalia de nada y entender que los hombres interesados en el poder se siguen equivocando; que tienen tanto miedo a las mujeres que luchan por llevarlas a la cama en señal de victoria en un campo de batalla.  No querría ser el cabo suelto de ningún hombre, y si fuera joven no aceptaría a ningún viejo cebolla con cabeza blanca y rabo verde.

Renunciaría a coquetear y evitaría accidentes imprevistos de peripecias heroicas equivocadas; ya son muchas las mujeres en relaciones cutres por necesidad, lástima, gratitud o vanidad. Hay demasiada falta de confianza en la búsqueda de emociones, el solo instinto y la adoración son formas de auto extermino, y siempre es una calamidad que haya gente que necesite adorar a gente que necesita ser adorada.

Enterada de tantos errores impulsados por el sexo, consentiría en que a este le pasó lo que tenía que pasarle; que dio de sí hasta que se rompió; y que si el cántaro da en la roca o la roca da en el cántaro es peor para el cántaro que a la larga suele ser la mujer. Cuando el sexo es un argumento pierde su erotismo y como ya se sabe, el amor es profundo y el sexo una cosa de centímetros.

Evitaría el sexo como carta de presentación, manipulación, pereza o miedo de buscar el amor a cambio de una engañosa gratificación inmediata.  Vivido así solo es oropel que como el placer de la seducción no dura para siempre.

Dejaría de competir con las mujeres para gustar a los hombres. Les recordaría que las embarazadas somos nosotras y que solo una niña escoge un regalo por el envoltorio y que cualquiera sabe que tarde o temprano hay que destaparlo para ver lo que contiene.  Les diría también que nuestro placer es delicioso y es nuestro, que lo llevamos dentro y no es un regalo de los hombres.

Dedicaría mi esfuerzo por aprender que estar sola es fundamental, que cada persona debe rascarse con sus uñas y que mucho daño le ha hecho a la mujer ceder su espacio vital con facilidad; y sabría que una relación amorosa se fundamenta en dejar de necesitar y sobrevalorar personas, y todas esas cosas de la proyección e idealización narcisistas.

Si yo fuera una mujer me ocuparía de mí y entraría en posesión de mi vida. Al final de cuentas, a la propia vida lo que le hace falta es uno mismo, y esa identidad es el mejor argumento para vincularse amorosamente.

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