Juan Jacobo Muñoz Lemus

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"Guatemalteco, médico y psiquiatra"

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Juan Jacobo Muñoz

Miedo es lo que sentís cuando te apuntan con una pistola en la cabeza. La angustia es sentir lo mismo, pero sin que haya pistola.

Pongamos que un niño de menos de un año puede pensar y, que tiene claro que es pequeño, además de saber que es total y absolutamente dependiente. Tanto que si no le atienden en sus necesidades, simplemente se muere.

Por tan sencilla razón, requiere de la presencia de alguien que lo atienda y lo cuide incondicionalmente. A ese niño lo puede cargar el diablo si quiere y no va a protestar; lo que le importa es sentirse protegido y cubierto en todas sus necesidades que son realmente vitales. Si ese niño se descubre solo, tendrá miedo de morir. Digamos que no cuenta con él. Como a los ocho meses de nacido, ese niño descubre y reconoce a las personas que son importantes para él; y es fácil notar que ya no se deja cargar por extraños, digamos que ya no echa tan fácilmente los brazos y exige que lo carguen aquellos a quienes ha identificado como de toda su confianza y de los cuales sabe que depende por completo. Digamos que el chico es lógico, ha puesto en esa fuente de seguridad, toda su vida. Podríamos decir entonces que, debido al miedo de perder a esas personas, ha nacido en él la angustia de separación.

El miedo a morir sería el primero de esta historia. Se despierta fácilmente ante la posibilidad de encontrarse solo, que sería el segundo miedo. La posibilidad de una separación que lo haga sentir abandonado sería entonces, el tercer miedo. Es igual a como les pasa a los adultos que cuando los deja un ser amado, sienten que se mueren.

Pero volviendo al niño, este tiene que crecer, probar sus poderes en el mundo y enfrentarse a la oposición de quien o quienes en un principio le fueron incondicionales. El chico gana verticalidad y movilidad autónoma y empieza a curiosear el mundo, todo parece muy feliz, pero ahora corre el riesgo de ser censurado o contenido.

En su cabeza que apenas tendrá un par de años, descubre que no siempre llena las expectativas de sus protectores, a los que ama pero que también aprende a temer, con lo cual emerge una ambivalencia que le acompañará toda la vida. Surge entonces la vergüenza (miedo cinco), debida al temor de asumir que no lo quieran (miedo cuatro) por no estar a la altura de lo que le piden. Si no da la talla, lo dejarían de querer y lo abandonarían (miedo tres). Si esto ocurre lo dejarían solo (miedo dos) y esto implicaría su muerte (miedo uno).

Con más conciencia y un poco más grande, empezando la vida escolar a los cinco o seis años; el niño trata de no ser el responsable de las cosas que no son aprobadas por los demás, y hasta ensaya fórmulas mezquinas como responsabilizar a otros de lo que le corresponde. Lo que intenta es no ser criticado, y por eso se esconde evitando exponerse para escapar de la posibilidad de ser señalado por algún error. Le teme a la culpa, que sería entonces el sexto miedo.

Para no ser exhibido vergonzosamente y estar en riesgo de ser descalificado, no ser querido y en consecuencia abandonado, con la posibilidad de quedarse solo y morir, la angustia de la culpa lo orienta en alguna dirección, y ante ella surge un séptimo escalón y una nueva angustia; la necesidad de control. Y así, sin darse cuenta hace esfuerzos por tener dominio sobre el medio, sobre los demás y sobre el destino. Cree que así habrá vencido al miedo, pero es el miedo el que lo habrá vencido a él.

Ahora tiene conductas de auto escrutinio, aspiraciones de perfección y fantasías de infalibilidad, que por ser imposibles de cumplir generarán una caída en cascada con sensaciones de pérdida del control, mucha culpa, vergüenza, distorsión de su capacidad de inspirar a otros, temor de no ser bien querido y miedo de ser abandonado y quedarse solo, con las sensaciones fundamentales de la angustia, el miedo a perder la razón y el miedo a morir.

Pongamos ahora que el niño se hizo adulto y que vive para controlar, que no asume tranquilamente sus opciones y responsabilidades, que no tolera la crítica y se siente fácilmente mal amado, en riesgo de ser abandonado y siempre solo. El anhelo perfeccionista y controlador evita que viva su vida con plenitud y que no la disfrute, y lo más importante que no crezca por estar egocentrado y tratando de explicar con él todo lo que ocurre a su alrededor. Queda claro que no se puede pedir plenitud a lo que no se vive plenamente.

Grosso modo, he intentado hacer un esbozo de la neurosis como condición que se va gestando desde edades tempranas. Pongamos que el adulto no ha cambiado mucho desde chico y que siente a la vida como si fuera, la pura muerte.

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