Sergio Penagos Dardón

Ingeniero Químico USAC, docente, investigador y asesor pedagógico en el nivel universitario. Estudios de posgrado en Diseño y Evaluación de Proyectos y Educación con Orientación en Medio Ambiente; en la USAC. Liderazgo y Gestión Pública en la Escuela de Gobierno.

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Sergio Penagos

El fariseo es un hipócrita que finge una creencia religiosa que no posee, carece de sentimientos nobles y de principios éticos. Este comportamiento está muy arraigado en la llamada clase política de todo el mundo. En América se dispone de auténticos fariseos en los niveles más altos de los gobiernos, y que se han incrustado en el llamado neopentecostalismo. La ausencia de derechos y la marginación social, unidos a la carencia de asistencia pública, educación y libertad de expresión, son insumos clave para la implantación de esta corriente capitalista con disfraz de religión. Por eso opera sobre colectivos abandonados, que no tienen un espacio de existencia para construirles un lugar, crea redes de apoyo mutuo entre los fieles que, al final funcionan y logran que los grupos humanos mejoren en sus condiciones de vida espiritual. Y así va tomando el espacio que debería ocupar la gestión pública. A veces operan como hospitales espirituales para gente muy deprimida que no puede asistir a los sistemas de salud pública, los que la mayoría de las veces no funcionan o, simplemente no existen. El marginado social, cuando va a una de estas iglesias se siente bien. Además, ya no está solo, tienen acompañamiento y la ficción que necesita para lidiar con la realidad la iglesia se la proporciona.

Una conexión entre los aspectos claves del liberalismo y la fe evangélica lo evidencia el encaje del protestantismo con el capitalismo; así como el neoliberalismo está en la base del neopentecostalismo, al convertir a sus fieles en sujetos hechos a sí mismos, en cuya transformación no interviene el Estado, este movimiento se acopla muy bien a la prédica neoliberal en favor del emprendedor, al admitir el derecho de los fieles a abrir su propia iglesia, y que se autodenominen pastores por revelación; este es el elemento teológico que justifica esa transformación en concordancia con la lógica del capital y el consumo; de tal manera que cada pastor puede crear su propia empresa neopentecostal, o adquirir una franquicia para actuar en el ámbito individual, a partir de una división cosmológica: una parte es el mundo que pertenece al diablo y a la sociedad; y otra es su iglesia que sólo se va a ocupar del ámbito individual, donde no existe lo social.

Este marcado individualismo se ha mercantilizado de un modo tan potente, que es difícil discernir dónde termina lo sagrado y empieza lo profano.

El marginado de la sociedad privilegiada es candidato por excelencia para entrar en el reino de Dios. Se dispone de un repertorio expresivo con antecedentes escénicos en el espiritismo, utilizados en la práctica de rituales colectivos, donde los fieles son poseídos por fuerzas que no controlan, y el pastor traduce como posesión demoníaca de la que él se hará cargo expulsando los demonios, que en otros espacios religiosos no hacen. Eso es muy potente y fortalece al movimiento. Después de haberse separado de las lógicas del Estado, ahora vuelve y sin que nadie se dé cuenta, está ocupando la dirección del mismo en una forma más sutil y eficaz que la religión católica.

Franco contó con el apoyo y bendición de la Iglesia católica. Obispos, sacerdotes y religiosos comenzaron a tratar a Franco como un enviado de Dios para poner orden en la ciudad terrenal y Franco acabó creyendo que tenía una relación especial con la divina providencia. Existe evidencia de la estrecha relación que hubo entre el Papa Juan Pablo II y el líder de la dictadura chilena, Augusto Pinochet.

Pero, el factor religioso pentecostal es de palpitante actualidad. La victoria de Jair Messias Bolsonaro el 28 de octubre de 2018 en Brasil dejó en evidencia esta paradoja democrática. Una de las fuerzas electorales de Bolsonaro fue su alianza, con potentes grupos evangélicos neopentecostales. La democracia, en Brasil como en América Latina y en otras partes del mundo, está en crisis. Su dinámica se funda cada vez menos en la razón para convencer y debatir, y más en la persuasión y en la manipulación del inconsciente. No es nada nuevo. Pero la economía globalizada, que da más oportunidades a las minorías privilegiadas conectadas con los flujos financieros transnacionales, profundiza la contradicción. Brasil no es un caso aislado. Daniel Ortega, en Nicaragua, consiguió ganar elecciones presidenciales apoyándose en este sector religioso. En Perú, el Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP), brazo político de la Asociación Evangélica de la Misión Israelita del Nuevo Pacto Universal, alcanzó el segundo lugar en las elecciones generales.

Nayib Bukele, dirigió un autogolpe en El Salvador con la fe del converso. Ingresó al Parlamento amparado por un derecho divino, luego hizo una oración.

Este movimiento se revigorizó en los EE UU, apoyando a las dictaduras latinoamericanas, a las que les interesó su implantación porque, a diferencia del catolicismo y el protestantismo, no cuestionan ni señalan la injustica social, la corrupción ni la represión, y facilitan mantener la obediencia del rebaño.

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