Jorge Santos

jsantos@udefegua.org

Defensor de derechos humanos, amante de la vida, las esperanzas y las utopías, lo cual me ha llevado a trabajar por otra Guatemala, en organizaciones estudiantiles, campesinas, de víctimas del Conflicto Armado Interno y de protección a defensoras y defensores de derechos humanos. Creo fielmente, al igual que Otto René Castillo, en que hermosa encuentra la vida, quien la construye hermosa.

post author

Por Jorge Santos

Ayer este pequeño país del continente americano, con una población estimada de 17,109,746 habitantes, superó la cifra de 10,000 muertes por Covid-19, en 16 meses del impacto de la Pandemia. A esta dramática cifra habrá que sumarle las muertes por la violencia, por desnutrición, por enfermedades crónicas o por otras causas. Mi intención no es hacer un prontuario estadístico, ni nada semejante. Permítanme en esta oportunidad apelar con profunda tristeza al dolor que nos provoca la muerte, más aún cuando se pudo hacer mucho más de lo que se ha hecho. Hoy quiero apelar a ese sentimiento que como sociedad nos une, aunque cada quien lo sufra en soledad o individualidad.

Hace pocos días, viendo una red social, me percate nuevamente de este drama, varias personas daban a conocer la muerte de un familiar, de una amistad o una persona conocida y así evidencie historias de vida de jóvenes, hombres y mujeres, niños, niñas, adultos mayores, muchas personas pasaban frente a nuestros ojos e inmediatamente pensé en la incontable cantidad de proyectos de vida truncados, los futuros posibles de cada una de ellas, los amores no vividos, la inconmensurable cantidad de posibilidades que nos ofrece esta vida y que fuera truncada por la muerte repentina. También me produjo una enorme sensación de vacío y desolación la muerte de una pequeña niña, que, viviendo en una realidad inmensamente conocida para muchas familias en Guatemala, murió producto de la desnutrición, pero también producto de la desidia y corrupción gubernamental. Este drama y dolor humano, no es nuevo para la sociedad guatemalteca, le conocemos bien y de frente, le hemos visto el rostro a la muerte en incontables oportunidades. Han sido las 200,000 víctimas del Terror de Estado, siguen siendo los 45,000 detenidos desaparecidos por el ejército, son las muertes prevenibles con cada depresión tropical o tormentas en el país o las que produjo el volcán de Fuego, entre otras tragedias.

El problema no es la muerte en si misma, el problema radica en lo que se pudo prevenir, en la cantidad de muertes que no debieron suceder. La oligarquía guatemalteca usando a sus serviles élites políticas, militares y en consonancia con el crimen organizado ha instaurado un régimen productor de muerte; no hay otra forma de calificarlo. La pobreza, violencia, impunidad y corrupción sobre la que fundaron este régimen, sólo termina en muerte, algunas veces lenta y en otras tan rápida como la bala o tan dramática y solitaria como la muerte por Covid-19. De ahí la obligatoria acción ciudadana de derrocar este régimen y como el ángel de la historia, no dejar piedra sobre piedra y construir otra sociedad.

Nombrar a nuestros muertos, hacer con ellos y ellas un enorme tributo a la dignidad de los pueblos que habitamos este país, que se diga su accionar en todos los idiomas y que sean nuestra vanguardia y retaguardia para luchar para que las próximas generaciones no sufran lo que hoy sufrimos.

Artículo anteriorMás de 10 mil muertes por Covid19
Artículo siguienteLas voces de un intensivo de coronavirus