Cada 6 de enero se conmemora el arribo de los Reyes Magos, que según cuenta una leyenda no llegaron a adorar al Niño Dios al establo, en el pesebre donde había nacido; su llegada fue más o menos dos años después de su nacimiento, adorándolo en la casa donde se habían establecido sus padres, José y María.
Los nombres de los Reyes Magos no se mencionan en la Santa Biblia, se refiere a ellos como los “Magos de Oriente”, el libro de San Mateo dice: “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle… y he aquí la estrella que habían visto en el oriente iba delante de ellos, hasta que llegando, se detuvo sobre donde estaba el niño.
Y al ver la estrella, se regocijaron con muy grande gozo. Y al entrar en la casa, vieron al niño con su madre María, y postrándose, lo adoraron; y abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro (declarándolo Rey de Reyes), incienso (para su adoración) y mirra (bálsamo por el sufrimiento en la cruz por nuestra salvación)”.
Por estos valiosos obsequios que llevaron los magos, se asume que eran pudientes, de alto rango en la sociedad de entonces.
En el siglo V el Papa León I (el Magno) oficializó, por el número de regalos que se mencionan en la Biblia, que eran tres los reyes de oriente, y un siglo más tarde el santo italiano Apolinar Nuovo, investigando en el texto antiguo Excerpta latina barbari, y en el evangelio armenio de la infancia, el cual es considerado apócrifo, que sus nombres eran: Melchor, quien representa la dinastía de África; Gaspar, quien representa la dinastía de Asia y Baltasar, quien representa la dinastía de Europa.
La Solemnidad de la Epifanía del Señor es celebrada por los católicos el 6 de enero de cada año, que significa la “manifestación del Hijo de Dios como Salvador y Mesías”. El Santo Padre Francisco en una de estas celebraciones manifestó:
“Jesús, como una estrella que se eleva, viene a iluminar a todos los pueblos y a alumbrar las noches de la humanidad. Junto con los Magos, hoy también nosotros, alzando la mirada al cielo, nos preguntamos: ¿Dónde está el que acaba de nacer? Es decir, ¿cuál es el lugar en el que podemos encontrar a nuestro Señor?
De la experiencia de los Magos, comprendemos que el primer lugar donde Él quiere ser buscado es en la inquietud de las preguntas. La fascinante aventura de estos sabios de Oriente nos enseña que la fe no nace de nuestros méritos o de razonamientos teóricos, sino que es don de Dios. Su gracia nos ayuda a despertarnos de la apatía y a hacer espacio a las preguntas importantes de la vida, preguntas que nos hacen salir de la presunción de estar bien y nos abren a aquello que nos supera.
Lo que vemos en los Magos, al comienzo, es esto: la inquietud de quien se interroga. Llenos de una ardiente nostalgia de infinito, escrutan el cielo y se dejan asombrar por el fulgor de una estrella, representando así la tensión hacia lo trascendente, que anima el camino de la civilización y la búsqueda incesante de nuestro corazón. De hecho, aquella estrella deja en sus corazones precisamente una pregunta: ¿Dónde está el que acaba de nacer?
Los Magos, en realidad, no se detuvieron a mirar el cielo o a contemplar la luz de la estrella, sino que se aventuraron en un viaje arriesgado, que no preveía caminos seguros ni mapas definidos con antelación. Querían descubrir quién era el Rey de los Judíos, dónde había nacido, dónde podían encontrarlo”.
Los Reyes Magos eran sabios, eruditos, dominaban a cabalidad la Astronomía, las Matemáticas, la Medicina, las Ciencias en general; sus conocimientos en la literatura y la filosofía eran vastos, pero realmente fueron sabios porque creyeron en el Nombre y en la Palabra de Dios.
Escudriñaron, indagaron, investigaron para encontrar a Jesús y declarar que era el Hijo de Dios, lo adoraron y se humillaron ante su presencia; obedecieron a Dios antes que al Rey Herodes, con la revelación de su regreso en sueños; de igual manera demostraron su gran corazón y bondad con las dádivas y ofrendas que le llevaron. Fueron un paradigma en su época, y en nuestros días son un verdadero ejemplo a seguir. Paz en la Tierra a todos aquellos seres humanos de buena voluntad.