Fernando Cajas

Fernando Cajas, profesor de ingeniería del Centro Universitario de Occidente, tiene una ingeniería de la USAC, una maestría en Matemática e la Universidad de Panamá y un Doctorado en Didáctica de la Ciencia de LA Universidad Estatal de Michigan.

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Pasaban los primeros años de la Revolución de 1944 y Quezaltenango** florecía. En los pasillos del Instituto Normal para Señoritas de Occidente, INSO, las mañanas frías llenas de neblina hacían de aquellos días normalistas la algarabía de las señoritas que, de todas partes del país, y del Sur de México, iban a estudiar con la ilusión de incorporarse a la vida magisterial. El ambiente primaveral de Quezaltenango reflejaba la alegría de que pronto ejercerían el magisterio en la nueva Guatemala. Debido a la política educativa del presidente Juan José Arévalo, durante el primer gobierno de la Revolución, el número de maestros contratados para el nivel primario había aumentado en un 50% y se duplicó el número de escuelas rurales. Entonces se mejoró ostensiblemente el salario del magisterio nacional y se otorgó el escalafón magisterial. Las normalistas tenían un futuro promisorio.

Entre las estudiantes de aquella época, había una jovencita que había llegado a Quezaltenango de Santa Rosa a estudiar magisterio, Roselia. Su padre y su madre la llevaron a la Ciudad de Los Altos a estudiar y le ubicaron en una casa de huéspedes cerca del Puente Los Chocoyos. Roselia caminaba diariamente, dos veces al día de su residencia en Los Chocoyos hacia el INSO. Para ello tomaba la ruta de la catorce avenida y subía hacia el norte, pasando diariamente por el Teatro Municipal.  Al llegar al INSO en las mañanas frías les contaba a sus amigas de su vida en Santa Rosa. Con nostalgia recordaba las caminatas en las cercanías del volcán Tecuamburro hacia la mina de azufre. Roselia también les contaba que había dejado a su primer novio en Taxisco, Epifenio, pero que no supo más de él.

Roselia era feliz en Quezaltenango. Los días pasaban entre el desayuno matutino quezalteco, la caminata hacia el INSO, las clases para formación de maestra, el regreso para ir a tomar rápidamente el almuerzo y posteriormente la preparación de las prácticas docentes. Todas las tardes caminaba con sus amigas. En el último año de magisterio Roselia conoció a Francisco, un joven apuesto huehueteco que se enamoró perdidamente de ella. Roselia también se enamoró de Paco, tal como le decían a Francisco, pero sabía que ella tenía que regresar a Santa Rosa. A pesar de eso, decidió compartir parte de su tiempo con Paco a quien la autorizaron dos visitas semanales en la sala de la casa de huéspedes de Los Chocoyos, antes del anochecer con la supervisión de la hija de la dueña de la casa.

Las tardes de visita Roselia y Paco escuchaban la radio local que tenía una programación de música romántica. Entonces, con el fondo musical de la radio Paco le pedía a Roselia que no se fuera, que se quedara en Quezaltenango y que aplicara a algunas de las múltiples plazas para maestra que el presidente Arévalo había abierto, pero ella respondía que debía regresar a su natal Taxisco.  La música vespertina acompañaba a la joven pareja en aquellas tardes frías con viento de octubre, escuchando los valses de la época.

A finales de octubre de 1953 Roselia preparaba su viaje de regreso, el que haría en noviembre. Entonces regresó a Taxisco. Al volver cruzó el patio de la casa y se dirigió hacia la sala donde le esperaban sus hermanos. El reencuentro fue hermoso, compartieron alegrías y ella les contó parte de sus experiencias en Quezaltenango. Por la noche ella imaginaba la vida de Paco en Quezaltenango y tarareaba la música de alguno de los valses que escuchaban en las tardes de visita en la sala de la casa de Los Chocoyos.

A finales de noviembre Roselia recibió una carta de Paco en la que le decía lo mucho que le extrañaba y donde escribía lo que sentía. La carta más o menos decía: «Luna gardenia de plata, que en mi serenata, te vuelves canción, tú que me viste cantando, me ves hoy llorando, mi desilusión, calles bañadas de luna, que fueron la cuna de mi juventud, vengo a cantarle a mi amada, la luna plateada de mi Xelajú… luna de Xelajú, que supiste alumbrar, en mis noches de pena, por una morena de dulce mirar. Luna de Xelajú, me diste inspiración, la canción que hoy te canto, regada con llanto de mi corazón, en mi vida no habrá, más cariño que tú, mi amor, porque no eres ingrata, mi luna de plata, luna de Xelajú, luna que me alumbró, en mis noches de amor y hoy consuelas mi pena por una morena que me abandonó».

*En respuesta metafórica del bello artículo de René Arturo Villegas Lara: El Vals del Olvido, publicado en este mismo diario el 26 de septiembre de 2023.

**La actual ciudad de Quetzaltenango ha tenido diferentes formas de expresar su nombre, entre ellos Quesaltenango (1700-1850), Quezaltenango (1860-1960) y la actual forma Quetzaltenango.

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