Fernando Mollinedo

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Guatemalteco, Maestro de educación primaria, Profesor de segunda enseñanza, Periodista miembro de la Asociación de Periodistas de Guatemala, realizó estudios de leyes en la Universidad de San Carlos de Guatemala y de Historia en la Universidad Francisco Marroquín; columnista de Diario La Hora durante 26 años, aborda en sus temas aspectos históricos, educativos y de seguridad ciudadana. Su trabajo se distingue por manejar la palabra sencilla y coloquial, dando al lector la oportunidad de comprender de modo sencillo el universo que nos rodea. Analiza los difíciles problemas del país, con un criterio otorgado por su larga trayectoria.

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Fernando Mollinedo C.

Cada cuatro años, los grupos en el poder político han decidido que los planes, programas, estudios y diversos proyectos educativos que estaban en marcha por los equipos ministeriales, se tiren a la basura. Las nuevas autoridades que llegan -según ellas- con la supuesta creencia de saber todo lo relativo a la educación y que ellos harán cambios sustanciales que beneficiarán a la población escolar.

La supuesta reforma educativa y sus continuas reformas ha sido una extraña labor de laboratorio que han impuesto cada cuatro años para su desarrollo, incluso para la escuela primaria con palabras y juegos completamente ajenos a las costumbres guatemaltecas, lo que indica el pobre razonamiento de quienes han tenido a su cargo la responsabilidad de diseñar las reformas a la “Reforma Educativa”.

Pasan los años y… corre y va de nuevo, es decir, se vuelve a principiar desde cero con proyectos supuestamente nuevos “fumados en no sé dónde” que imponen las autoridades y que son únicamente una copia de otros países como Colombia, Costa Rica y Chile. Pero no porque sean los mejores programas, es simplemente la sumisión de los lacayos de turno para quedar bien con las ignorantes autoridades gubernamentales.

Así se viene desarrollando el proceso educativo en Guatemala: siempre con el mismo pensamiento colonial que no permite al alumno desplegar su intelecto, a pensar por sí mismo; por el contrario, se le enseña a “seguir instrucciones” y tener una conducta memorística. Los maestros y profesores continúan con la acción repetitiva de los conocimientos adquiridos durante su formación como docentes; les cuesta mucho dejar el “magister Dixie” (“lo dijo el maestro” palabras utilizadas por los filósofos escolásticos de la edad media cuando citaban como argumento irrefutable la opinión de Aristóteles).

Otro factor importantísimo al cual no se le ha dado la importancia debida, es la evaluación de desempeño de los docentes; debemos ser honestos y sinceros en reconocer que las evaluaciones del sistema escalafonario en el país no reflejan el acrecentamiento o progreso cultural, técnico y mucho menos científico pedagógico de los docentes en todas las áreas de la educación formal, lo cual convierte a ese sistema en una verdadera farsa.

No existe un Instituto Nacional de Evaluación Educativa que tenga por objetivo implementar pruebas bianuales, hacer diagnósticos propios del real nivel educativo de los maestros y profesores que ejercen la docencia, al menos en el sector público. Por supuesto, no sería su existencia con un objetivo punitivo para los docentes; sino que, realmente pudieran obtener conocimientos de punta en materia pedagógica y por supuesto de tecnología.

Las graves consecuencias en los diferentes niveles educativos, por la falta de clases presenciales y en línea, aparte de la deserción, constituyen un rezago tremendo en matemática, lectura, comprensión y razonamiento lógico en el nivel primario; la ausencia de práctica en los laboratorios de ciencias y la obligatoria práctica supervisada para los graduandos de educación media. Dicho rezago de varios años será muy difícil de superar,

La estúpida acción de cancelar las Escuelas Normales ha dejado como cauda un vacío práctico e intelectual que no ha sido sustituido en su calidad por el nuevo programa de formación de docentes por muy universitario que se haya promovido.

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