Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Albert Einstein describió como “inventos libres de la mente humana”, a lo que hoy muchos denominan teorías científicas (la cita no es mía, la leí hace tiempo en algún artículo cuyo autor no recuerdo ahora). Palabras más, palabras menos, aquel artículo realizaba una suerte de reflexión en torno a cómo los seres humanos controlaremos en el futuro (si lo hacemos) a eso que alardeando denominamos inteligencia artificial. Ciertamente, el asunto aún despierta muchas dudas y no deja de levantar algunos temores. En lo particular, he abordado el tema en reiteradas ocasiones, por lo interesante que resulta y porque en cierto modo todos tenemos alguna responsabilidad en lo que sea que enfrente el mundo en los años venideros. En Hong Kong, por ejemplo, la empresa Hanson Robotics anunció la producción en masa de un robot androide, replica de Sophía, el robot humanoide que posee un sistema de inteligencia artificial y aprendizaje (de máquinas) sumamente sofisticado, además de numerosas expresiones faciales casi humanas y una cámara que permite, incluso, tomar la temperatura de sus interlocutores. Sophía causó polémica hace pocos años cuando afirmó (en un contexto que aún hoy día es incierto) que podría «destruir» a los humanos. Poco después, la agencia de noticias china Xinhua, anunció que incorporaba a su plantilla de conductores al primer conductor virtual de televisión, otro robot con características físicas casi humanas que le podrían dejar hacerse pasar por humano de no ser por algunos detalles en los movimientos de la boca que aún lo delatan (lo cual, seguramente, será superado en menos de lo que podamos darnos cuenta). El punto es que, al ver tales avances tecnológicos que se incorporan con rapidez y facilidad a la vida de las sociedades en el mundo, es asimismo fácil suponer que quizá las predicciones futuristas que eventualmente anuncian las obras y los visionarios de ciencia ficción se hagan también realidad (aunque suene a chiste, poco serio, o incluso alarmista), lo cual nos lleva a cuestionarnos si seremos capaces como seres humanos de controlar aquello que vayamos creando y cuyo avance aparentemente no se detendrá. Quizá haya quienes vean ese tipo de futuro aún muy lejano. Otros quizá, contrariamente, lo visualizarán a la vuelta de la esquina. No obstante, fuera cual fuere ese futuro que depare al mundo, más allá de situaciones como la pandemia aún en curso, lo cierto es que la vida humana está cambiando aceleradamente nos guste o no. Una cosa es entender los procesos para poner la Inteligencia Artificial en funcionamiento, y otra muy distinta entender la evolución que tendrá si, por ejemplo, de pronto cobrara la capacidad de crear por sí misma teorías u otras tecnologías que los humanos no seamos ni remotamente capaces de entender. ¿Qué sucedería entonces? La respuesta, ciertamente, es incierta.

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