Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Existen muchos temas y momentos en los cuales la ciudadanía debería tener a su alcance la opinión y las razones de instituciones nacionales (aunque no necesariamente en el sentido de ser gubernamentales), basados y estructurados éstos a partir de información objetiva y criterio estrictamente técnico y/o científico. Instituciones dignas de confianza y, por ende, de credibilidad.

Resalto eso de “criterio estrictamente técnico y/o científico” para desmarcarme de las entidades que realizan algún tipo de investigación obedeciendo a corrientes sesgadas por los intereses de sus patrocinadores o de sus fundadores. Algo totalmente natural. Esas entidades, es importante que continúen con su labor porque enriquecen el escenario con sus diversas perspectivas. En lo que yo pienso, es en algo adicional a ello. Algo que existió en nuestro país, pero dejó de ser. Y debería recuperarse.

Pienso, por ejemplo, en los “colegios profesionales” -antaño prestigiosos y dignos de credibilidad- que, además de defender los intereses de su gremio, abogaban por la prevalencia de los conocimientos técnicos, de los valores, de la ética,…. vinculados al ejercicio de sus respectivas profesiones. Opinaban ante el público, fundados en juicios y razones sobre la materia de su especialidad, como un acto desinteresado de servicio a la comunidad nacional. Recuérdense los principios inherentes a las profesiones… los médicos –“Juramento Hipocrático”-, los abogados –“Decálogo del Abogado”- … que muchos profesionales tienen colgados en las paredes de sus oficinas.

La carencia de esa institucionalidad confiable a la que me refiero -que no se limita a colegios profesionales-, es la que da pie a que, en momentos de alguna incertidumbre, surjan espontáneos que, sin necesariamente tener la calificación necesaria, aporten sus “opiniones” de manera impúdica, dando lugar a que se entiendan como juicios consistentes y contribuyan, así, a acrecentar la confusión.

Y no es que pretenda yo, reprimir la libre expresión del pensamiento de tanta persona que, individualmente, lo desee hacer. Lo que quiero es llamar la atención sobre la necesidad de la existencia de instituciones neutrales y calificadas que sirvan de referentes. Entidades serias que puedan expresarse con solidez sobre muchos de los diferentes temas que se presentan en el país, aportando líneas básicas de conocimiento universal y análisis técnico que, eventualmente, sirvan para inhibir la proliferación de sandeces. (Se podría esperar que muchos de esos espontáneos, ante la perspectiva de evidenciar sus aportes como vacíos o, simplemente, equivocados de fondo en el momento en que sus lectores los cotejen con “opinión calificada”, por simple amor propio se abstengan de exponer su nombre y su prestigio a esa vergüenza gratuita). Una forma sutil de invitar al recato.

El momento nacional actual en materia política, permite ejemplificar de manera patente esa deficiencia a la cual me refiero. Existen muchas confusiones, fundadas en el desconocimiento de elementos básicos que dan pie a discursos, diatribas y -lo que es alarmante- al afianzamiento de creencias que, en posteriores ocasiones, volverán a surgir, fortalecidas, como dogmas o verdades incuestionables que darán pie, nuevamente, a discursos sin fundamento, mitos e irracionalidades que no ayudan ni aportan … porque se fundamentan en miedos, en temores, en odios y en ignorancia, …

Algunos casos: el generalizado desconocimiento de lo que se debe entender por “encuesta”, por “sondeo de opinión” y el peligro que plantea que cualquier cosa que se nos presente bajo ese nombre, sin verificar, lo compremos como tal. Esto facilita “suponer” (muchos lo hacen) que el resultado de una encuesta indica tal o cual cosa. Facilita atreverse a inferir como verdadero que la no coincidencia de una encuesta con el resultado real y final de una posterior elección (como acaba de suceder en Guatemala) debe entenderse como sinónimo de fraude … Y no saber diferenciar entre lo que es una personal opinión y un criterio razonado con consistencia lógica.

También se deben agregar algunos extremos que nos deberían mover a la reflexión. Uno de ellos -preocupante- consiste en el surgimiento, inducido por muchos medios de comunicación, de “Analistas políticos” improvisados a quienes se les concede la oportunidad de expresar opinión aparentemente “experta” ante acontecimientos de alguna relevancia … y, eventualmente, difundir disparates. Personajes que, pasados los eventos, nunca vuelven a figurar.

Otro de ellos -¡bastante peligroso!- es el que se da cuando el monopolio de la interpretación jurídica de actos de interés nacional y la difusión de las correspondientes “opiniones” (porque no son más que eso), se deje en manos de los abogados que representan, a sueldo (como es lógico y natural), causas o intereses particulares o sectoriales en tanto que, a la ciudadanía en general no se le ofrece la alternativa de escuchar el criterio de juristas que, más allá de pretender el que prevalezca un interés sectario en particular, los mueva el afán de aportar a una mejor comprensión de lo que es justo y lo que es legal…

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