Edmundo Enrique Vásquez Paz
La dinámica política de un país o de una sociedad cualquiera, se le puede tratar de comprender desde diversos ángulos. Todos, interdependientes entre sí.
Una de las más difundidas perspectivas de análisis, trata el tema de los grupos de interés organizados, de su manifestación como grupos de presión (entre los que se puede incluir a los partidos políticos entendiendo que pretenden influir) y de su operación en la práctica. También, la perspectiva de la institucionalidad del ámbito en el que actúan o deberían actuar, como en el caso de contiendas electorales y las normas que se deben seguir en esos eventos. Se trata de perspectivas cercanas a lo que son las luchas de poder entre los grupos de la sociedad legitimados para hacerlo.
Recientemente, participé en una reunión en la cual se conversó de forma somera sobre el tema de “la conversación” y “el diálogo” como una manifestación de intercambio de pensamientos y de intenciones que viene desde los orígenes de la humanidad y que ha ido evolucionando.
Y se plantearon ideas respecto a lo que motiva estos intercambios y qué emociones son las que disponen a que las personas conversen, dialoguen y discutan de manera constructiva. Un tema, de sumo importante, de gran interés y muy relacionado con las dinámicas que llevan de facto a la identificación de intereses comunes y la organización de las personas en grupos con capacidad de operar.
Me movió lo anterior a pensar en la necesidad de considerar al individuo de manera primordial en los análisis de las dinámicas políticas nacionales. Pienso que es insuficiente iniciar el estudio de esos procesos cuando esas entidades que compiten por el poder dentro del tinglado institucional preestablecido, ya existen, ya están establecidas. La fase de su conformación, es importante.
Volviendo al ejemplo del futbol que me gusta tanto para ilustrar pensamientos, considero incompleto o insuficiente tratar de comprender la dinámica del fútbol profesional en un determinado país, concentrando la atención en los equipos existentes, en las características formales de la liga nacional, en el comportamiento de éstos dentro del escenario preestablecido; y la conformidad o inconformidad de la afición con la dinámica de la cual es testigo. Pero dejando de considerar al futbolista.
No se debe olvidar que son los jugadores los que constituyen los equipos y, de esa manera, resultan ser los actores principales e irreemplazables. Es necesario llegar a entender por qué mayoritariamente se comportan de tal o cual manera; a qué se pueden atribuir –de manera genérica– el origen de sus virtudes, de sus fortalezas, de sus vicios, de sus debilidades. Asuntos que son los que homogenizan el carácter del fútbol del país y que alumbrarían para realizar cambios.
La pregunta, para el caso de Guatemala, parece inevitable: ¿cómo se puede explicar la falta de diálogo político civilizado entre los diferentes partidos y otras organizaciones que representan intereses grupales; la absoluta intolerancia a posiciones u opiniones consideradas disidentes; la existencia de posiciones ideológicas irreconciliables; la práctica de la violencia a todo nivel?
En el contexto de lo anterior, resulta importante poner atención a los individuos y su comportamiento dialógico sobre temas ya de algún grado de abstracción. No se debe olvidar que las organizaciones políticas se constituyen de personas que no solamente comparten intereses si no que, además, formas de entender los asuntos o cuestiones que tratan y sus imaginarios sobre cómo resolverlos. La atención a los individuos y su comportamiento en los ritos o prácticas del diálogo, es fundamental.
El asunto del diálogo, es importante en todos los temas, pero en lo político pienso que es trascendente porque implica muchísimos otros ámbitos. La “lealtad”, la “traición”, la “fidelidad”, el “patriotismo”, el “nacionalismo”, la “felicidad”, la “pobreza”, la “salud”, la “ambición”, el “poder” y tantos más, no son conceptos exclusivos de la política. Pero es en el desarrollo de esta temática y las discusiones resultantes, que aparecen muchos de esos términos (y de los conceptos distorsionados) que inundan la discusión nacional y que no se saben abordar.
Mi punto no es el de que la discusión se debería obviar (como se puede entender en regímenes que proponen la imposición de conceptos y de valores desde la tierna infancia o impiden la libre expresión de las ideas). Me atrevo a decir que la discusión –marcada por las conversaciones y los debates– incluso debería ser alentada pues es una manera de propiciar el alcance de concepciones grupales que deben alimentar las Weltanschauungen (cosmovisiones) de los conglomerados; y evitar el cultivo de “verdades únicas”, que luego sirven para facilitar su imposición y dominar las naciones.
La amplia discusión se debe propiciar.
Mi percepción es la de que, en Guatemala, la gran cantidad de discusiones inútiles –por no “contribuir a llegar a ser mejores”– se dan por un fenómeno que les resulta común: consisten estas discusiones en desarrollos discursivos que se dan en el vacío porque se dan alrededor de términos (generalmente abstractos) cuya esencia mínima desconocen los interlocutores.
Habría que preguntarse quién y cómo debería divulgar esas esencias que resultan fundamentales para el entendimiento y sobre las cuales se facilitarían esos diálogos, conversaciones o discusiones que nos hace falta cultivar para crecer como nación.
Lo que observo es una generalizada conversación alrededor de conceptos cuyo significado no se conoce, solo se intuye. Lo que da por resultado diálogos o discusiones, francamente, en el vacío.
No entro a mencionar el ejemplo de la tan difundida mención de los términos “derecha” e “izquierda” –que tanto daño hace porque evade el diálogo o intercambio sobre aspectos que podrían resultar muy valiosos–, porque está muy trillado. Me dispongo, más bien, a mencionar algunos temas de conversación o de discusión que he escuchado repetidas veces y que entreveo que se dan en el vacío; esto es: sin que exista, entre los interlocutores, una comprensión mínima o esencial del concepto al cual se están refiriendo. Pienso que pueden servir de ejemplo para identificar muchos más.
Se discute sobre si X fue un buen presidente y no se hace sobre un entendimiento, mínimo y de partida, sobre lo que se debe entender como “bueno” ni sobre lo que es ser “presidente”. Como el concepto esencial se ignora, muchos admiten poder hablar de un buen presidente, o de un buen alcalde, porque, por ejemplo, “algo hizo; y robó poco”.
Se discute sobre si tal grupo debe entenderse como “heroico” o no, por haber realizado tal o cual cosa, desconociendo el concepto mínimo que define “heroísmo” (que descarta los casos en que, por ejemplo, se actúa a sueldo o por obligación) y que podría servir de base para debatir sobre si le puede aplicar a tal acto o a tal persona.
Se discute sobre si Z es o no un buen candidato para determinado cargo y se desconocen las funciones que deberá desempeñar y –¡sobre todo!– los atributos que debería tener ese “alguien” –cualquiera– para desempeñarse satisfactoriamente.
Se discute sobre si lo que en un determinado momento está buscando alguien es “justicia” o es “venganza”, y, todo, por desconocer la idea mínima que describe el ideal de la justicia. Y sucede lo mismo cuando se habla de “libertad” (individual, de comercio o de industria…) y hasta de “democracia”, conceptos malformados no solo por la ignorancia y el desinterés de los que los usan, si no que por “valores” inculcados a rajatabla y por todos medios, por conveniencia y por parte de grupos o de “culturas” interesados en ello.