Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Adolfo Mazariegos

Cuando se utiliza el término o vocablo “cansancio” para referirse a situaciones en las que se han visto desbordados ciertos límites (cualquiera que estos sean), puede dicho término interpretarse de distintas maneras. Desde lo individual o desde lo colectivo y, según sea el caso, dependiendo, incluso, de las condiciones particulares, el momento histórico o la coyuntura en el ámbito social. No obstante, sea cual sea el ángulo, la perspectiva o la intencionalidad desde la cual se aborde la cuestión, siempre se confluirá en una suerte de consenso en cuanto a que el cansancio no sólo refleja siempre un estado de agotamiento físico, sino también puede indicar una suerte de extenuación psicológica que a veces puede traducirse en hartazgo, en desinterés, y hasta en ese sentimiento de impotencia ante aquello que pueda estar ocurriendo en nuestro entorno y que quizá escapa a nuestras manos. En el ámbito social y en el marco de los abusos en el ejercicio del poder público, por ejemplo, el cansancio se manifiesta a través del hartazgo, sea por expectativas incumplidas, sea por desmanes de quienes “ostentan” el poder político, desmanes que las más de las veces son sínicos, reiterados y con nefastas consecuencias en corto, mediano y largo plazo. En América Latina (por lo menos), resulta más que obvio que el cansancio ciudadano tiene una relación directa con el sistema político-partidista que durante las últimas décadas ha menoscabado seriamente el verdadero sentido de la política, así como los verdaderos fines que deben perseguirse con su ejercicio. El cansancio, como se adelantaba, puede tener distintas interpretaciones (o formas de interpretación), no obstante, en el ámbito social puede también representar un peligro en tanto que si se subestima reiteradamente la inteligencia de la ciudadanía. Los efectos pueden ser impredecibles e incluso contraproducentes (como decían las abuelitas: el tiro puede salir por la culata). En fin. Lo cierto es que desde hace un buen rato resulta urgente la toma de conciencia que lleve a una revisión, honesta y transparente, de los modelos que permiten dinámicas perversas que resultan incongruentes (y por consiguiente nefastas) con las exigencias de los nuevos tiempos en el marco de la democracia. Las demandas ciudadanas no atendidas y las expectativas incumplidas también pueden generar esa suerte de cansancio aludido. Y al final de cuentas, ¿no suele decirse que, según la ley, el pueblo es el soberano?

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