Edmundo Enrique Vásquez Paz

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Edmundo Enrique Vásquez Paz

En el último tiempo, se me ha despertado la inquietud de incidir en el rescate de “la utilidad de lo inútil”, como lo entiende Nuzzio Ordine (2013) (parafraseando: “es útil todo aquello que nos ayuda a ser mejores”) por parte de nuestras sociedades y, en especial, la utilidad del arte del pensar. He escrito un par de breves textos al respecto en esta mi columna.

No se trata de un desafío fácil ese de pretender reivindicar la utilidad del pensamiento, sobre todo en consideración de dos grandes valladares existentes. El uno, dado por la generalizada percepción de que pensar no reporta nada, más bien incomodidades (pues obliga al cuestionamiento de las cosas y, esto, no es “cómodo”) y, el otro, por los que constituyen el gremio formal de los que se consideran como los únicos calificados para hacerlo, y desdeñan a “los espontáneos”, los verdaderos artistas de los malabares de la reflexión. Algo que resulta un verdadero absurdo en un mundo en el cual, si de algo necesitamos es de mentes abiertas, que expongan sus espíritus a los estímulos externos y los elaboren de tal forma que el resto de los humanos podamos confrontarnos con ello y reaccionar.

Cayó en mis manos un texto que contiene preciosas ideas que pueden ayudar en este empeño. Deseo compartir algunas de ellas por su originalidad y por la manera en que -a mi modo de ver- transmiten las principales percepciones que pueden animar a un ser, atraído por el arte del pensar, a cultivarlo y no desanimar en el desarrollo de una gran pasión orientada no solo a la satisfacción propia si no que a la perspectiva de aportar de manera efectiva a la utilidad social. El nombre de la obra es “Invitación a Filosofar”, del insigne filósofo español -nacionalizado venezolano-, matemático e historiador, ensayista y traductor, Julio David García Bacca (1901 – 1992).

Su primera gran propuesta consiste en parangonar el ejercicio de la creación filosófica con la de la creación musical en una situación de partida muy particular. Propone e impacta con líneas como las siguientes:

“¿Por qué el filosofar no habría de asemejarse algo más a una invitación, a una incitación vital, a un poner en movimiento al hombre entero, comenzando por los pies, por lo que de él toca a tierra? ¿Por qué la filosofía no habría de parecerse, en efecto, un poquito más a la música?”.

Recuerda a Nietzsche y su análisis de las dos caras de la tragedia griega personificando, cada una, las dos diferentes perspectivas del derivar: la apolínea y la dionisíaca; y extrae, de esa apreciación, un sustento hermoso para precisar su percepción sobre la manera del pensar filosófico en parangón con el danzar. Al respecto, García Bacca señala:

“Toda filosofía viva y en trance vital es dionisíaca; es una borrachera de ideas; y el filósofo, en cuanto tipo de vida, es un Baco, un beodo más sutil y considerado que los vulgares chispos.

“En la borrachera de vino, el ritmo no existe; y de las curvas geométricas, sólo la sinusoide -palabra griega para aludir con eufemismo a cierto tipo de curvas- conserva un oscilante dominio geométrico.

“Por el contrario: en la borrachera de ideas, las ideas imponen un ritmo perfecto, un sistema de curvas y conexiones ideales que llamamos lógica y dialéctica. Por eso, el filósofo parece superlativamente cuerdo, precisamente mientras y porque está superlativamente borracho.

“Pero es menester que sepamos delicadamente qué es lo que baila al son de qué; y más radicalmente, si hay algo que baila; sobre todo si las ideas son capaces de bailar”.

En el sentido de lo anterior, y para los que deseen aproximarse musicalmente a las ideas que García Bacca nos desea transmitir, recurre él a tres compositores paradigmáticos: Karl-Maria von Weber, con su obra “Aufforderung zum Tanz” (“Invitación a Danzar”),  Johann Strauss (“El Danubio Azul” y “Geschichten aus dem Wienerwald”) y Maurice Ravel (de quien señala dos obras, “Le Valse” y el “Bolero”), con el propósito de hacer más plástica su comparación.

García Bacca propone: filosofar es una invitación a hacer bailar a las ideas La valse de Ravel y no un vals de Strauss o de Weber y continúa:

“La valse de Ravel está compuesta para que bailen las ideas musicales; El Danubio azul, por ejemplo, está hecho para que lo bailen personas.

“Y entiéndase esto bien: los temas o ideas musicales de un vals de Strauss, como los de Geschichten aus dem Wienerwald, encajan tan perfectamente en el ritmo, compás y sistema total de acentos propios de un vals, que hasta la idea musical misma lleva el compás, marca el ritmo y acentúa”.

[…] todo esto -llevar el compás, marcar el ritmo, acentuar-, son cosas ‘para otro’, sin sentido en sí y para sí”.

“[…]  filosofar es hacer bailar a las ideas según el estilo de La valse de Ravel y no según el modelo de vals de Strauss o de Weber”.

García Bacca nos acerca a importantes ideas para intelegir lo que es el “filosofar” cuando nos comparte propuestas como las siguientes:

“Filosofar […] es música «abstracta» de ideas”.

“Filosofar es abstraer”.

“Filosofar es saber pegar hábilmente sobre la membrana de las cosas, de tal modo que resalten, que salten y se desprendan y se eleven las ideas que -dejadas en su estado vulgar, inmediato, cotidiano- están pegadas, fundidas y confundidas con mil cosas. Y así -abstractas, separadas, subsistentes-, continuar golpeando un cierto fondo ideal con tacto tal que las ideas puedan bailar ‘su’ vals, ‘su’ tema al son de un conjunto de cualidades métricas”.

Concluye, García Bacca, el texto de su Prólogo a su “Invitación a filosofar”, con palabras que inspiran confianza por su sinceridad -y la autoridad intelectual que las ampara- y porque reflejan de manera genuina una esperanza -quizás ingenua- de que germinen; de alguna manera:

“Solamente he de advertir una cosa: que esta obra es una ‘invitación a filosofar’, no un ‘tratado’ de filosofía”.

Es una invitación a una acción, a una empresa intelectual; no a una revista o visita de un sistema filosófico hecho y derecho, perfecto y definitivo”.

“Ciertos lectores echarán de menos muchas cosas; probablemente coincidiremos, lector y autor, en notar los mismos huecos. Sólo que el autor ha pretendido dejarlos como respiraderos, pues padece de una especie de asfixia siempre que se encierra en un sistema”.

“Me daré por satisfecho si esta invitación a filosofar consigue una poquita cosa: que bailen y se oreen y se aireen las ideas, que dejen de ser bloques graníticos, sillares encastrados en berroqueños edificios, piedras cristalizadas en diamante”.

“Sólo así dejarán las ideas de ser ‘rompecabezas’, y las cabezas dejarán de romperse, de matarse estúpidamente por ideas”.

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