Oscar Clemente Marroquín

ocmarroq@lahora.gt

28 de diciembre de 1949. Licenciado en Ciencias Jurídicas y Sociales, Periodista y columnista de opinión con más de cincuenta años de ejercicio habiéndome iniciado en La Hora Dominical. Enemigo por herencia de toda forma de dictadura y ahora comprometido para luchar contra la dictadura de la corrupción que empobrece y lastima a los guatemaltecos más necesitados, con el deseo de heredar un país distinto a mis 15 nietos.

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Hoy termina septiembre, el mes de la Patria que este año resultó terrible para los guatemaltecos, porque la combinación de las fuertes lluvias, que debemos asumir como parte de la nueva normalidad, con el abandono de la infraestructura provocado por la rampante corrupción que nos domina, expusieron de forma patética y verdaderamente trágica la manera en que el país se está hundiendo por la indiferencia ciudadana que alienta a una voraz alianza de políticos y particulares dedicados únicamente a robar.

Nada es más cierto que cada pueblo tiene el gobierno que se merece y ello se corrobora cuando la ciudadanía, viendo de manera tan gráfica cómo se nos desmorona el país, prefiere voltear la vista y pasar por alto la evidencia abrumadora del efecto nefasto que la corrupción tiene en nuestras vidas. La tragedia de Villa Nueva es un ejemplo claro de lo que está ocurriendo en todo el país y hay serias advertencias, como la que esta semana hizo Mario Antonio Sandoval, de peligros reales en áreas urbanas de concentrada población.

El político al volverse funcionario únicamente piensa en cómo hacer más dinero y en la forma de prolongar lo más que pueda su acceso a ese barril sin fondo que son las contrataciones y compras del Estado. Por ello su trabajo, cuando lo hay, se centra en las obras de relumbrón, puramente ornamentales, que engatusan a unos cuantos votantes que miden el desarrollo con mentalidad de jardineros. No hay políticas de desarrollo, sino acciones de latrocinio, porque todo gira alrededor de cuánto dinero se podrán embolsar quienes toman las decisiones sin entender siquiera el sentido del servicio público.

Aún con el país cayéndose en pedazos, Giammattei habla ante las Naciones Unidas de maravillas que únicamente él puede creer porque no se encuentran en ningún lado. No puede ser un país asombroso e imparable uno que se despedaza como el nuestro y eso confirma lo que dije desde el anuncio de la nueva “marca país”. Aquí lo único asombroso e imparable es la corrupción que florece gracias al abundante abono que otorga esta nuestra sangre de horchata que nos hizo acostumbrarnos a vivir bajo la bota de los ladrones más cínicos y sinvergüenzas que gozan del reiterado aplauso de las élites más poderosas.

Olvidémonos del origen de la Patria y pensemos en su presente y cruda realidad. Nunca se había manifestado de manera tan visible y penosa el efecto de la corrupción y sin duda que ese Dios, al que bendicen día y noche los ladrones, nos está permitiendo ver de manera tan expresa la verdadera condición del país y a dónde lo hemos llevado con nuestra patética indiferencia y descuido.

Que el país se está hundiendo dejó de ser una metáfora para convertirse en una brutal realidad que hasta el más ciego de los ciegos y el más indiferente de los indiferentes tiene que entender y asumir. Ya no son palabras para tratar de abrirle los ojos a nadie; es una cruda realidad que vivimos día a día y que, al paso que vamos, cobrará más vidas porque nuestros cimientos están tan podridos como nuestra realidad política.

Así, con esa pena y frustración, termina este otro mes de la Patria, de esa Patria que se hunde, se resquebraja y derrumba por los efectos de la corrupción.

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