Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Ejercitar la crítica es un derecho inalienable garantizado por la ley. El Estado debe asegurarnos ese mínimo que deriva de la exigencia natural de libertad, pero también de la voluntad que aspira a una condición superior. Por ello, un síntoma del fracaso de un sistema político lo constituye su abuso cuando lo contraviene.

Las formas de las violaciones al derecho en mención son variadas, pero prevalece la utilización de triquiñuelas, también ofensivas porque supone una comunidad torpe, para la imposición de sus propios fines. En ese estado, destacan los leguleyos del derecho dando forma a las agresiones con una narrativa cantinflesca incapaz de convencerlos incluso a ellos mismos.

La presunta racionalidad con que fundan los atropellos a derechos básicos es un acto cortés solo concedido a regañadientes porque la narrativa no es el fuerte de los agresores. Si pudieran lo evitarían, como es el caso de las dictaduras en su madurez. Los operadores suelen ser hombres y mujeres primarios con escasa capacidad de empatía y bastante afectados de sí mismos.

Contra esas personalidades enquistadas en las estructuras de poder es necesaria la oposición que condicione su salida. Al tiempo, sin embargo, que se apuntala a ese propósito, es importante reiterar los valores de la democracia. Destacar el respeto a la diferencia en una sociedad que nos incluya a todos. Un Estado que favorezca el diálogo desde conductas éticas que visualicen positivamente la paz social.

Los atajos de los desesperados son inútiles. Si bien la democracia es un producto de largo aliento, es el único con capacidad de transformaciones duraderas. Es la alternativa a enfrentamientos dolorosos que a posteriori impiden la salud necesaria para el diálogo sincero. Por ello, nunca será suficiente dejar de insistir en conductas que nos sitúen desde la perspectiva de lo humano.

Un gobierno empeñado en silenciar las conciencias a través del castigo expresa la poca comprensión que exige el reconocimiento de lo humano, desacredita la democracia e impone un aparato que renuncia a las conquistas del derecho en pleno siglo XXI. Todo esto, hace retroceder a lo que creíamos superado: las satrapías y despotismos de los antiguos regímenes. Evitemos ese salto atrás en nuestro sistema político.

¡Denunciémoslo!

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