Eduardo Blandón

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Fecha de nacimiento: 21 de mayo 1968. Profesor de Filosofía, amante de la literatura, fanático de la tecnología y enamorado del periodismo. Sueño con un país en el que la convivencia sea posible y el desarrollo una realidad que favorezca la felicidad de todos. Tengo la convicción de que este país es hermoso y que los que vivimos en él, con todo, somos afortunados.

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Por Eduardo Blandón

La precariedad laboral es la moneda corriente de nuestros tiempos.  Me enteré de ello gracias a mi entrañable amigo, Guillermo Paz Cárcamo, que me ejemplificaba el drama de los obreros por ganarse el pan de cada día.  Y no es que no lo supiera, que fuera la excepción feliz del tema, sino la virtud de verlo en plan teórico a través de ese nombre que hasta parece rebuscado y elegante.

Esa precariedad se verifica de muchas maneras, una, en las condiciones inhumanas de trabajo (cuchitriles por oficinas, áreas impresentables -sucias-, espacios de tortura por el frío o el calor, etc.) y dos, en las injusticias salariales (pagos postergados antojadizamente o misérrimas retribuciones).  El resultado, que se presenta más creativamente en la realidad, es el abandono del trabajador a merced de los contratistas.

Puede que se crea que el fenómeno solo es parte de nosotros y constitutiva de empresas de baja estofa, pero no es así.  Ayer mismo la prensa informaba de los desmanes de Amazon en el trato a sus empleados que pudo haber evitado la muerte de muchos de ellos si fuera un ente con “responsabilidad social” (les fascina esa palabreja, pero solo es, como decían los latinos, un “flatus vocis”, -una flatulencia, pues, una palabra hueca y sin sentido).

La nota de prensa era elocuente: “Dos plantas de Kentucky e Illinois en las que perdieron la vida al menos 14 empleados dieron prioridad a la producción sobre la seguridad, según denuncian algunos supervivientes”.  Resulta que en el centro de distribución de Amazon en Edwardsville (Illinois) murieron seis trabajadores por el colapso del techo a causa de los tornados y en la fábrica de velas de Mayfield (Kentucky) atrapó a ocho que perdieron su vida.  Entre las razones se subrayan el trabajo a destajo y la gran concentración de personal en ambos recintos.

En Mayfield Consumer Products cinco supervivientes relataron que fueron amenazados con el despido si abandonaban su puesto de trabajo.  Y en el almacén de distribución de Amazon la tragedia reveló el peso que el empleo de autónomos tiene en la empresa, además de la deficiente preparación para una emergencia.  “De las 190 personas que trabajaban en Edwardsville, solo siete eran empleados de Amazon a tiempo completo, según una nota de The New York Times.

Lo mismo sucede en nuestro país y supongo que no requiere mucho esfuerzo reconocerlo.  El otro día, por ejemplo, un cajero del Banco Industrial me indicaba que un trabajador que sufrió una paliza por un energúmeno (fue tendencia en las redes sociales), no pudo defenderse porque la empresa lo habría despedido inmediatamente.  Ya sabe usted, “no se pueden perder clientes”, qué más da una humillación cuando lo fundamental es la defensa de los intereses de la institución.

La precariedad es pandémica.  Los obreros tienen que soportar a los primitivos erigidos como líderes (jefes les llaman), sufrir los acosos sexuales, padecer de hambre por los pagos impuntuales, los descuentos arbitrarios… y como guinda en el pastel, fingir tragarse los discursos esos de “dar la milla extra”, “la lealtad hacia la empresa”, “los valores de la institución” y hasta “sentirse agradecido porque se tiene un trabajo”.  Cuánta paja producida en esas maquilas.

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