Douglas Gonzalez

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Politólogo, egresado de la USAC y la UCJC. Librepensador. Experiencia en políticas públicas, procesos de diálogo y comunicación política. Una mejor Guatemala es posible y necesaria.

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Los gobiernos asistencialistas se caracterizan por ofrecer paliativos a las poblaciones necesitadas. Utilizan gran parte del presupuesto en una burocracia que se encarga de repartir bienes (alimentos) a poblaciones en condiciones de pobreza y extrema pobreza, por lo que la rentabilidad social de estas intervenciones suele ser muy baja. Aunque Arévalo muestra un perfil de presidente más profesional y una visión más completa sobre el Estado, esta podría ser una ruta que algunos de sus ministros empleen con el propósito de mostrar “resultados” rápidos, razón por la cual debe estar vigilante.

La perversión del asistencialismo es el clientelismo. Se trata de una práctica muy usada por los gobiernos de izquierda y de derecha, con el propósito de condicionar los programas sociales a la militancia política partidista. Aquellos listados de “Mi familia progresa” nos recuerdan las bases de datos que forman los funcionarios con programas clientelares que vinculan la asistencia social con la construcción de milicias de afiliados a sus partidos. Desafortunadamente, caer en esta tentación en un país con tanta necesidad y tanta debilidad institucional es muy fácil. El rigor y la exigencia que Arévalo mantenga en su gabinete de gobierno pondrán a prueba sus verdaderas convicciones democráticas y le permitirán identificar dentro de su propio equipo potenciales caciques que van con la mira a construir capital político propio, jugando con la dignidad de la población más necesitada.

Cuando se aprovecha la condición de pobreza de la población para llevar soluciones pasajeras, condicionarlos a afiliación política y, encima, utilizar a ese pueblo necesitado como arma en contra de los opositores políticos se llega al máximo nivel de perversidad, estamos en presencia del populismo, no solo como forma de gobernar, sino como estrategia de mantenerse en el poder de manera indefinida. 

Los populismos inician con la creación de una clientela política condicionada a la ayuda social, luego son movilizados como grupos de choque contra los opositores del gobierno y, finalmente, son llevados a las urnas para reelegir al proyecto político que les dio identidad y peso político. El presidente Arévalo tendrá la gran oportunidad de apartarse de esta tentación. Primero, por convicción propia; el nuevo gobierno debe ser capaz de leer el estado de ánimo de la población y comprender que son precisamente estas prácticas las que han llevado a la cooptación del Estado y se han prestado a prácticas corruptas. En segundo lugar, por razones pragmáticas, otros gobiernos y partidos bien organizados y más territoriales ya lo han intentado y han fracasado.

En una democracia se comprende que las políticas sociales son un imperativo moral; sobretodo, cuando existen condiciones de pobreza y extrema pobreza, y cuando los ascensores sociales están descompuestos producto de factores estructurales como la marginación social, el racismo, la exclusión y la inequidad.

Aquí es donde se necesita de un estadista que comprenda que las políticas sociales son una condición necesaria para aliviar las condiciones de privación de bienes y servicios a los que se ve sometida la mayoría de la población. No obstante, no son suficientes para que el país progrese. Un estadista comprende que la política económica es la única salida a largo plazo para atraer inversiones de calidad y generar cientos de miles de empleos formales y bien remunerados. Es por ello que, mientras se recupera y se fortalece el capital social con nutrición, salud y educación, se debe reconstruir la infraestructura física del país con modalidades de contratación innovadoras, y se deben generar las condiciones para hacer más competitivo el mercado local. Por otra parte, es preciso regenerar a las instituciones que garantizan el Estado de derecho en beneficio del país.

Arévalo, el estadista, comprenderá que se necesita de una política social vigorosa y transparente, de una política económica que genere competitividad y profundice la economía de mercado, y de una política de rescate de la institucionalidad democrática y constitucional de nuestro país. El capital social, económico e institucional son los que desarrollan un país y permiten el bienestar para sus pueblos. Esa es la tarea de un estadista y, dicho sea de paso, cuando se gobierna con honestidad y visión de Estado, los pueblos saben reconocer el trabajo de sus mandatarios.

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