Danilo Santos

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Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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Danilo Santos

No cabe duda que la masa está ávida de salir del encierro, esto se pudo observar durante las fiestas de independencia, calles, carreteras, lugares públicos, estuvieron abarrotados de personas, socializando, teniendo el contacto que hace más de dos años nos ha sido difícil tener. Es increíble lo poco que se necesita para sonreír y pasarla bien, para que miles y miles de personas pululen por dos días por todo el país sin otro fin que disfrutar.

Poco importa a los peregrinos de las antorchas que las carreteras sean un desastre, que haya colas de vehículos interminables por hundimientos, reparaciones (chapuces), derrumbes y un gran etcétera de eventualidades que toca vivir diariamente a quienes transitamos por las carreteras nacionales. Poco importa, que de libertad no sepamos nada, lo que se celebra no es eso, sino la alegría de compartir entre amigos y tener una aventura que contar. Muy pocos de los que atiborran las carreteras y la ciudad capital, conocen la historia de doña Dolores a caballo y con una lámpara en la mano azuzando a la gente para agolparse a celebrar la independencia, no fue con los campesinos, no fue a las aldeas, no fue con el pueblo: le pusieron atención y la siguieron, los que gobiernan desde hace 201 años. Sin embargo, la tradición de la antorcha fue una artimaña de dominio cultural para que el populum sienta como suya una independencia ajena, y crea, además, que porta la llama de la libertad.

Una segunda independencia no nos vendría nada mal, una en la que realmente “encendidos en patrio ardimiento” nos liberáramos de un sistema que durante dos siglos ha demostrado no servir, de una clase política servil con los patrones, los ladrones y los delincuentes. Así como la gente “…descolgó el retrato de Fernando VII, el cual fue escupido y arrastrado hacia la plaza, donde también fue arrancada la estatua ecuestre de Carlos III”, así deberíamos arrancar de raíz la mansedumbre que nos tiene encendiendo antorchas que no le prenden fuego a nada, sino que más bien sirven para cocinarnos en el embrutecimiento que nos han esculpido profundamente durante más de dos siglos.

Una segunda independencia nos vendría del todo bien para liberarnos de la corrupción y de los vulgares políticos que llegados al puesto pregonan “autoridad que no abusa se desprestigia”, o los que defienden que “hay que robar, pero poquito”. Solo con los recursos que se pierden con el latrocinio en el Estado, gobierno tras gobierno, podríamos tener carreteras de cuatro carriles entre Puerto Barrios y Puerto de San José. Podríamos reducir el hambre a cero. Podríamos tener más y mejor educación. Simplemente independizándonos de quienes totalitariamente gobiernan nuestros pensamientos y nos hacen ultraconservadores que aman una libertad que no existe, solo con eso, podríamos llevar a nuestro país y nosotros, al lugar que merecemos por todo lo que hemos dado durante doscientos un año.

Si la masa se da cuenta de todo lo anterior, y encendida en patrio ardimiento, reclama y logra, sin choque sangriento, colocarse en un trono de dignidad: Guatemala puede ser otra, una mejor.

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