Danilo Santos

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Politólogo a contrapelo, aprendiz de las letras, la ternura y lo imposible. Barrioporteño dedicado desde hace 31 años a las causas indígenas, campesinas, populares y de defensa de los derechos humanos. Decidido constructor de otra Guatemala posible.

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Danilo Santos

La sociedad es lo que es porque así la hemos construido o hemos dejado que la construyan. Por lo tanto, cambiarla, depende de la sociedad misma o de que la sociedad le quite el poder a quienes ha dejado que hagan lo que quieran construyendo la idea que tenemos de ella; de la cultura, la religión, la política, del Estado.

En definitiva, un pensamiento revolucionario nos conduce al hacer, no solo al decir, y en esta época: a simplemente exponer el disenso o la inconformidad en la virtualidad.

Sin salir de nuestras casas, no existe posibilidad de cambio en la sociedad, de los constructores de la sociedad.

Según John Holloway: “El hacer de los demás es siempre la condición previa de nuestro propio hacer, el medio de nuestro propio hacer; y nuestro hacer se convierte en el medio del hacer de los demás. Nuestro hacer forma siempre parte de un flujo social del hacer”. (Holloway, 2004).

Durante siglos, en Guatemala, siempre ha existido alguien que llega y nos dice “esto es mío”: tierra, fuerza de trabajo, y la vida misma. Siempre alguien se apropia de lo que hicimos, de lo que somos. Nos “destroza el hacer.” Cuando vienen y se apropian del “producto”, el flujo social acaba y nos deja sin la posibilidad de tejer verdaderas redes sociales (no virtuales). Ahora al trabajo se le llama colaboración, lo cual cercena la relación con quienes también venden su mano de obra y se creen la panacea de la “colaboración”: dejándonos aislados en el propio puesto de trabajo y con las demás personas que laboran en otras empresas o puestos de trabajo en el Estado. Nos destruyen la posibilidad de relacionarnos por nuestros elementos comunes de clase y nos ponen en el plano de Síndrome de Estocolmo, enamorándonos de nuestro secuestrador y verdugo.

Toda vez no encontremos la manera de reconectar nuestro hacer con el hacer de los demás, el sistema habrá triunfado, no entenderemos al campesinado, a la población indígena, porque somos “colaboradores” de la empresa, no trabajadores que al igual que quien produce en el campo, es explotado. Cuando nos encontremos y nos reconozcamos, sin prejuicios, como iguales ante el sistema, entonces estaremos en condiciones de transformarlo, haciendo, no solo declarando: haciendo práctica el pensamiento que bulle en la virtualidad. El pensamiento revolucionario, que, de no hacerlo realidad, no es tal.

Debemos tener mucho cuidado de la utilización por el sistema del narcisismo individual y colectivo que nos lleva al sentido desmesurado de nuestra propia importancia, de la necesidad de atención excesiva, la necesidad de admiración y la carencia de empatía con los demás.

Hacer, sin egoísmo, de manera colectiva, real, concreta, es pues la condición para que el país cambie, no hay otra forma, no basta con decenas, cientos o miles de “likes” en nuestras declaraciones “virtuales”: hace falta el hacer real, colectivo e interconectado con la realidad de la totalidad de quienes vivimos las consecuencias de quienes se han apropiado de nuestra vida.

Si nuestra sociedad y la política en nuestro país apestan, cambiar eso, significa pensamiento y acción revolucionaria. Si no hacemos nada, los demás tampoco harán nada.

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