Claudia Virginia Samayoa

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Claudia Virginia Samayoa

Hace unos meses leí con mi grupo de lectura la novela de Francisco Pérez de Antón llamada “La corrupción de un presidente sin tacha” que fuese publicada en el 2019 previo al proceso electoral. Para algunas personas del grupo, una trama como la descrita en la novela parecía inverosímil, pero plagada de una serie de datos de hechos transcurridos en el pasado reciente que impedía distinguir entre la ficción y la realidad. ¿Hablaba de Giammattei?

La narración del testigo tomada por el New York Times de las negociaciones de los dueños de una empresa rusa dedicada a la exploración, explotación y distribución de minerales con funcionarios públicos, otros empresarios y el presidente de Guatemala me pareció que podía dejar chiquita la imaginación del prolífico autor de novela histórica.

Claro, el título de esta novela no es la de un presidente sin tacha; pero la de un personaje salido de lo más obscuro de los intereses y negociaciones ilegales que hace mucho tiempo fue corrompido no sólo en el ámbito de sus intereses económicos sino también en lo referente a sus valores. Una alfombra con dinero dentro parece realmente obra de una imaginación hiperactiva; pero lamentablemente es el reflejo de una realidad política podrida donde el mismo demonio se sonroja.

Casi simultáneamente, la Fiscalía de Asuntos Internos que ha estado bajo ataque por parte de la Fiscal General desde que tomó posesión provocando el despido o remoción de fiscales y auxiliares fiscales que se atreven a plantear que las persecuciones contra fiscales independientes son espurias, finalmente se pliega y allana las instalaciones de la FECI. El mensaje es claro para los auxiliares fiscales y fiscales que con un perfil bajo han realizado su trabajo de acuerdo con derecho y han apoyado la lucha contra la impunidad: están solos y serán perseguidos. Ojo: “¡perseguidos, no investigados con todos sus derechos resguardados!”

Por si fuera poco, mientras hacen negocios y procuran impunidad. La pandemia nos está enfermando y matando. En nombre de la economía, el gobierno mira al otro lado. La consigna del gobierno, a veces, me parece que es la descarada ‘Que mueran los feos’ o su versión chapina ‘que mueran los pobres y los viejos’.

Está claro que como ciudadanía no podemos esperar humanidad de quien vendió su alma al diablo o de quien sigue enamorado de la idea de un bienestar que tiene como centro su persona. La pregunta es si aún podemos esperarla de entre nosotros y nosotras. Seremos capaces de construir diálogos basados en el respeto con el otro y el reconocimiento que la verdad no está en mí sino en nosotros.

Es el momento de actuar; pero no haciendo más de lo mismo. No podemos seguir gritándonos e insultarnos pensando que con eso hacemos lo correcto. Tampoco podemos llamar a la calma y la propuesta pensando que la mesa de negociaciones técnicas es superior a las negociaciones de la calle. Ni recriminando a quien no sale a la calle o el que si sale a la calle. ¿Qué tal si nos informamos más de la situación en la costa con los ríos bloqueados? ¿De los negocios de venta de agua en zonas suburbanas de la ciudad? ¿De las dificultades para hacer negocios donde se privilegia los oligopolios y monopolios? Tal vez podamos construir “Una Guatemala sin Tacha”.

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