Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Hace unos días el presidente estadounidense Joseph Biden mandó dos mensajes contradictorios. Por un lado, Biden considera que las acciones militares israelíes contra la franja de Gaza “están perjudicando a Israel más de lo que están ayudando a Israel”.  Y esas acciones erróneas se las adjudica Biden directamente al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. También agregó que un ataque a Rafah, la ciudad en donde se refugian 1.3 millones de los 2.3 que viven en la franja sería “cruzar una línea roja”. Al mismo tiempo que Biden trata de quedar bien con la franja de lectores estadounidenses que miran horrorizados el genocidio contra el pueblo palestino, el presidente trata de quedar bien con los sectores del electorado estadounidense que apoyan a Israel cuando dice que el que se cruce esa línea roja, no provocará que se suspenda la asistencia militar estadounidense a Israel.

La postura del ocupante de la Sala Oval refleja la hipocresía occidental ante el genocidio que ha sufrido el pueblo palestino desde hace casi ocho décadas. Ha sido Sudáfrica quien ha levantado una demanda por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia, ante el silencio de los países centrales de occidente. Desde octubre de 2023 cuando Israel invadió la franja de Gaza y también la empezó a bombardear más de 31,000 palestinos y palestinas han sido asesinado/as, la mayoría de ello/as infantes y mujeres. El número de niños y niñas asesinados en Gaza desde el 7 de octubre de 2023 es cuatro veces mayor que el número de infantes asesinados en todas las guerras del mundo.

 

Han sido desplazadas más de un millón de personas; la mayor parte de los hospitales han colapsado; hay ausencia de alimentos y agua (en Gaza sus habitantes usan en promedio dos litros de agua al día); el 90% de las granjas avícolas han sido destruidas; miles y miles de herido/as o personas enfermas han muerto por falta de atención adecuada o simplemente agonizan ante la desesperación del personal médico que asiste impotente ante esta tragedia. Más del 80% de las viviendas de la franja  han sido demolidas por las bombas,  por lo que la gran mayoría del pueblo palestino en la franja vive en viviendas improvisadas o francamente a la intemperie.

La Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, aprobada por la Asamblea General de la ONU en 1948, estableció los parámetros de la verdad jurídica con respecto al genocidio. Como verdad histórica, genocidio es toda matanza en gran escala perpetrada contra un grupo en particular. Desde la perspectiva de la verdad jurídica, para tipificar una matanza en gran escala como genocidio tiene que ir dirigida contra uno de los siguientes cuatro grupos: nacionales, étnicos, religiosos y raciales. Genocidio es también desde el punto de vista jurídico, la creación de condiciones materiales de existencia que pongan en riesgo la supervivencia de cualquiera de estos grupos. También el impedir el nacimiento de niño/as de estos grupos y finalmente trasladar a estos infantes a vivir fuera de la tutela de estos grupos.

Lo que está sucediendo en Gaza no solamente es genocidio como verdad histórica, sino también como verdad jurídica cuando se constata lo que está sucediendo en Gaza pero también lo que ocurre con el pueblo palestino en Cisjordania que es un territorio ocupado por el Estado israelí. Lo que es verdaderamente sorprendente es que Estados Unidos de América y la Unión Europea, en general buena parte del establishment internacional, más allá de declaraciones formales,  miren con indiferencia la tragedia humana que allí está sucediendo. Pocos estadistas, entre ellos Luiz Inácio Lula da Silva, se han atrevido de calificar como genocidio, lo que está haciendo Israel con la ayuda financiera de los países centrales de occidente. Mientras tanto 120 mil familias palestinas sufren hambre extrema y el paisaje urbano de Gaza es desolador. Se calcula que costará más de 90 mil millones de dólares la reconstrucción de la franja, lo que por cierto será oportunidad de grandes ganancias para las grandes empresas que se benefician con la guerra.

Lo que sucede con el pueblo palestino, en particular con Gaza es una muestra de la hipocresía occidental que blasona cristianismo o humanismo mientras asiste impávido a una matanza en gran escala. No bastan declaraciones ambiguas como las de Biden. Si occidente estuviera comprometido con detener el genocidio, aplicaría todas las herramientas diplomáticas, políticas y financieras para que Israel detuviera el exterminio del pueblo palestino. No lo hará por supuesto. Israel es uno de los instrumentos de contención del nuevo duelo entre potencias que observamos en el contexto de la posguerra fría. Y los cálculos geopolíticos importan mucho más que el exterminio de un pueblo entero.

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