Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Diez años han transcurrido desde el 5 de marzo de 2013, cuando después de dos años de penosa enfermedad, se anunció la muerte del comandante Hugo Chávez Frías. El deceso significó un duro golpe para la América Latina progresista, en tanto que Chávez se transformó no solamente en un carismático líder de Venezuela, sino al igual que Fidel Castro un referente para la izquierda latinoamericana y aun del mundo. Para Venezuela también significó un descomunal desafío, porque implicó afianzar a la revolución bolivariana con la ausencia de un líder cuyo carisma agregaba masivas voluntades de apoyo al proyecto antiimperialista de vocación socialista que él inspiró.

Nicolás Maduro hubo de asumir el mando, tal como lo había dispuesto en un contexto particularmente adverso un Hugo Chávez que sabía que la muerte se le acercaba. Venezuela no había podido superar el hecho de que la parte fundamental de su economía dependía de la renta petrolera, como no lo ha logrado hasta el momento. A la ausencia del líder carismático se agregó la crisis provocada por el descenso de los precios del petróleo. Después de años de ascenso de los precios del petróleo, el barril pasó de 90 dólares en 2014 a 24 en 2015 provocando una contracción brutal de la renta petrolera: 40 mil millones de dólares en 2014 a 12 mil millones en 2015. El bloqueo económico propiciado por Estados Unidos y seguido por la mayor parte del mundo occidental y la crisis petrolera llevó la inflación a un crecimiento de 180%, una de las más altas del mundo sino es que la más alta.

Los años que siguieron a la muerte de Chávez fueron duros en materia económica y social. Los enemigos internos y externos del chavismo vieron en esta situación una ventana de oportunidades. En febrero de 2014 estallaron las llamadas guarimbas, las violentas manifestaciones callejeras que buscan crear inestabilidad y condiciones para un golpe de Estado. Las manifestaciones callejeras se volvieron a observar a partir de enero de 2015 y la situación se agravó con las elecciones legislativas de diciembre de 2015, en la cuales el chavismo perdió la mayoría en la Asamblea Nacional. En ese contexto, se daban las condiciones para generar un golpe de Estado: el chavismo había perdido una parte sustancial del poder político en un contexto económico verdaderamente adverso.

Las guarimbas resurgieron en octubre de 2016 cuando el Consejo Nacional Electoral descartó la realización de un referéndum revocatorio de Maduro. Cientos de miles de manifestantes salieron a las calles, en lo que se llamó “la toma de Venezuela”. La violencia callejera volvió a estallar a partir de marzo de 2017 y continuó durante varias semanas cuando el gobierno quiso pasar al Tribunal Supremo de Justicia atribuciones de la Asamblea Nacional controlada por la derecha. En agosto de 2018 se produjo un atentado contra la vida del presidente Maduro a través de drones que estallaron a pocos metros de él, cuando presidía un acto público en la Avenida Bolívar de Caracas. Las guarimbas han dejado saldos cruentos, lo que ha sido aprovechado por la Casa Blanca y sus aliados internos para crear la imagen de un gobierno dictatorial y asesino de multitudes.

En enero de 2019, la Asamblea Legislativa proclamó a Juan Guaidó “presidente encargado” en una estrategia golpista que incluyó en febrero de ese año, el intento de penetrar la frontera venezolana desde Colombia con el pretexto de llevar ayuda humanitaria. La llamada “Operación Libertad” buscaba crear una desestabilización que atizara una rebelión militar. La estrategia era clara: crear un poder dual que terminara derrocando a Maduro. Más de cincuenta países en todo el mundo reconocieron como legítimo al gobierno de Guaidó hasta que este evidenció su fracaso y fue disuelto por la propia oposición venezolana en diciembre de 2022.

El asedio al gobierno de la Revolución Bolivariana ha sumado severas sanciones económicas, además del acoso interno expresado en las guarimbas y reconocimiento a un gobierno espurio como el de Guaidó. El imperio ha propiciado 927 sanciones económicas que le han ocasionado pérdidas por 232,000 millones de dólares y ha congelado bienes venezolanos en el extranjero por un monto de 34 mil millones de dólares más. En su calidad de “presidente interino”, Guaidó tomó control de los activos bloqueados en el extranjero y nombró juntas administradoras de la empresa PDVSA, la filial Citgo y aún del Banco Central. Como suele suceder, Washington no tolera que ningún país se salga de su control, más aún si como Venezuela contiene la mayor reserva petrolera: aproximadamente 271,000 millones de barriles de crudo.

La Revolución Bolivariana ha logrado derrotar políticamente a la oposición venezolana después de su revés en las elecciones legislativas de 2015. En 2017 logró elegir una asamblea constituyente para contrarrestar la labor de zapa que la derecha estaba haciendo desde la Asamblea Nacional. Ese año consiguió ganar 18 de las 23 gubernaturas. En 2018, Maduro fue reelecto con el 62% de los votos. En 2020 el chavismo logró retomar el control de la Asamblea Legislativa. En 2021 volvió a ganar en las elecciones regionales al obtener esta vez 19 gubernaturas, aunque retrocedió en cuanto al número de alcaldías en el país.

La estrategia de la derecha y los poderes mundiales es evidente: desestabilizar políticamente al gobierno bolivariano y crear un caos económico y social. ¿Cuánto tiempo aguantará la resistencia del pueblo venezolano? Advierto en el gobierno chavista, habilidad política para disputarle la hegemonía a sus enemigos. Guaidó ha transitado libremente por el país pese a su conducta sediciosa. Igualmente lo ha hecho la mayoría de los integrantes del Gabinete llamados “comisionados presidenciales”. No hubo encarcelamientos del “presidente”, ni de sus personeros. He visto fotos de Guaidó en marchas callejeras en Venezuela en su calidad de supuesto presidente. Pese a los calificativos que la derecha internacional usa, una dictadura no se conduce como se ha conducido el gobierno de Maduro. No ha sido la cárcel, el destierro, la ejecución extrajudicial o la desaparición forzada los que acabaron con la supuesta presidencia de Guaidó. Esta simplemente se murió de inanición.

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