Carlos Figueroa

carlosfigueroaibarra@gmail.com

Doctor en Sociología. Investigador Nacional Nivel II del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología de México. Profesor Investigador de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Profesor Emérito de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales sede Guatemala. Doctor Honoris Causa por la Universidad de San Carlos. Autor de varios libros y artículos especializados en materia de sociología política, sociología de la violencia y procesos políticos latinoamericanos.

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Carlos Figueroa Ibarra

Cada día que se alarga la invasión rusa a Ucrania sin que se vea una derrota o victoria clara para ninguna de las dos partes, el peligro de un incidente nuclear se acrecienta. Ese incidente nuclear pondría en peligro a la humanidad entera porque el uso de un arma nuclear de carácter táctico no sería sino el preámbulo de una confrontación que nos llevaría al Armagedón.

Sea cual fuere la razón, el hecho cierto es que Rusia ha logrado controlar la mayor parte de Donietz, Lugansk y Jerson además de retener el control de Crimea que ha tenido desde 2014. Pero no ha sido un claro vencedor en la contienda. Financiada y vituallada por Estados Unidos y la Unión Europea, Ucrania ha podido resistir y obstaculizar el franco avance ruso incluso sobre la totalidad de las regiones anteriormente mencionadas. Rusia se enfrenta ante el espectro de una guerra larga y desgastante como las que Estados Unidos enfrentó en Vietnam y Afganistán y como la que la Unión Soviética también enfrentó en este último país.

Rusia ha realizado un plebiscito por medio del cual las anteriores provincias autónomas ruso-parlantes han pasado a ser parte de dicho país. La mayor parte de las naciones que se encuentran representadas en la ONU, han adversado tal anexión por muchas razones: por estar alineados con los intereses imperialistas estadounidenses, por ser sabedores de que la consulta popular se ha realizado en condiciones de guerra y por tanto sin deliberación democrática o por cuestiones de principio. En el caso de México, el voto en contra de la anexión tiene causas históricas: las invasiones estadounidenses a su territorio y el que Estados Unidos le haya cercenado más de la mitad de su territorio original.

Mientras tanto, cada día que pasa nos despertamos con la incertidumbre de si no habrá algún incidente en esa guerra que nos lleve a la extinción. En estos días, Rusia ha denunciado los planes de Ucrania de hacer uso de lo que se llama una “bomba sucia”. Una bomba que sin ser específicamente una bomba nuclear y sin ser tan devastadora como ésta última, puede irradiar material radiactivo, químico o biológico. Rusia ha dicho que si esa bomba es usada por Ucrania lo considerará como “un acto terrorista nuclear”. Es fácil pensar las consecuencias devastadoras implícitas en esta declaración.

Cuando desde el posmodernismo a la manera de Michael Hardt y Antonio Negri (Imperio, Paidós, 2000) se sustentó que el imperialismo había devenido en un imperio descentrado o rizomático, no tuve sino escepticismo. De igual manera no pude sino diferir del planteamiento de William Robinson de que había surgido una suerte de gobierno global y una burguesía global que no tenía intereses localizados en Estados Nacionales (Una teoría sobre el capitalismo global, Siglo XXI, 2013). Así mismo no pude dejar de sonreír, cuando el pensamiento neoliberal expresó que era obsoleto hablar de imperialismos en tanto que la globalización había borrado fronteras y lo que había era una armónica división mundial del trabajo.

Más allá de la real existencia de burguesías globalizadas, lo real es que los grandes capitales se encuentran enmarcados todavía en poderosos Estados nacionales que son auspiciadores, protectores e impulsores de sus intereses. La guerra de Ucrania ha hecho evidente que Estados Unidos, China y Rusia tienen cada uno sus propios intereses imperiales. Que existen potencias expansionistas de menor calibre como las que están representadas a la Unión Europea o la que podría representar la India. Que cada uno de estos imperialismos tiene sus propias agendas independientemente de sus alianzas como puede observarse con China y Rusia.

Y en medio de todo ello, estamos el resto de la humanidad. Expectantes y con temor. Temor de que un día una imprudencia, un accidente, una acción no deliberada o triunfalista, acabe con la vida en el planeta.

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