Adrian Zapata

zapata.guatemala@gmail.com

Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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La pareja presidencial no es el Presidente y el Vicepresidente. Este último hace ya rato que descansa en paz. Prefirió eso que correr el riesgo que esa frase fuera efectivamente su epitafio. Debió haber renunciado, pero se quedó en el purgatorio de la ignominia.

La pareja presidencial de facto son obviamente Giammattei y Miguelito. Su supuesta relación sentimental debería ser algo respetable. Quienes arremeten contra ese tipo de relaciones expresan su homofóbico pánico a que la homosexualidad sea contagiosa. Tienen temor de contraerla.

Pero lo perverso de esta pareja es su proyección política, que podría explicarse por al menos dos razones:  la grosera corrupción de la cual abiertamente se les señala y el ejercicio narcisista del poder político. La manifestación explícita de estas perversiones es clara en la etílica jactancia pública del menor de la pareja cuando a los cuatro vientos proclamó ser “el jefe de jefes”.

Sin embargo, pese a lo grotesco de la conducta de la pareja presidencial, no puede ignorarse la capacidad que Giammattei ha tenido para haberse llegado a constituir en el Director de una orquesta que yo he denominado la “convergencia perversa”, la cual ha cooptado la institucionalidad estatal en su conjunto.

Las mafias político criminales, esas cuya fuente de acumulación radica en la corrupción e impunidad con la cual realizan negocios con el Estado, encuentran en Giammattei su principal líder. Las élites empresariales se aliaron con ellas y contribuyeron, desde una posición subordinada, a consolidar y profundizar la cooptación institucional que prevalece.

Pero el pueblo de Guatemala, sin que hubiera plazas de por medio como ocurrió en el 2015, taimadamente les rompió la planificación de la continuidad de esa convergencia perversa en la cooptación de la institucionalidad. Semilla fue la opción política que capitalizó tal manifestación de hastío popular generalizado.

La convergencia perversa está naufragando en las aguas turbulentas del ejercicio ciudadano en el resquicio de democracia electoral que aún queda. El nombre de este tsunami político que provocó este naufragio, que aún está en proceso, se llama Semilla.

Las élites empresariales públicamente anunciaron que abandonaban el náufrago barco. Unos entusiasmados porque dejarían de ser los aliados/rehenes de las mafias político criminales. Pero otros aún resisten este hundimiento.

La judicialización de la política por medio de la cual las mafias político criminales pretenden rescatar el barco que se hunde, empieza a no ser funcional a este propósito. Algunos magistrados (as) comprenden que las lealtades tienen límites, ya que ellas están basadas en incentivos perversos y el Capitán que articula la convergencia perversa, Giammattei, está conduciendo un barco que se hunde.

La pareja presidencial sabe que el barco zozobra y que el dramático tsunami terminará ahogándolos. Les queda un Ministerio Público, el cual sabe que su suerte está atada a la pareja presidencial, y les quedan también los jueces y magistrados que entienden lo que podría esperarles cuando el naufragio se consume.

Hasta ahora, cada acción desesperada que ejecutan las mafias político criminales para evitar el naufragio se convierten, literalmente, en patadas de ahogado. Pero no hay que caer en el triunfalismo y pensar que ese malévolo barco ya no es rescatable. Las fieras profundamente heridas son las más peligrosas. La pareja presidencial y sus cada vez menos adláteres (cómplices) parecen estar dispuestos a jugarse el todo por el todo.

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