Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

El pasado lunes, el gobierno de Guatemala entregó la orden Antonio José de Irisarri a Julio Carranza, en reconocimiento a los aportes realizados durante su gestión como Director y Representante en Guatemala de la UNESCO, cargo en el cual fungió por casi nueve años.

Personalmente, me sorprendió la decisión gubernamental, ya que esta administración no se ha caracterizado por tomar decisiones acertadas, situación que también se ha expresado en una política internacional que lo ha colocado en una condición de aislamiento diplomático.

El Dr. Carranza tiene sobrados méritos para que el gobierno de un país en el cual ha ejercido su función le rinda un homenaje de despedida, ya que está próximo a asumir un cargo similar en América del Sur.

He decidido escribir esta columna sobre este hecho porque hay aspectos sustanciales sobre el desempeño y trayectoria del homenajeado que creo pertinente resaltar. Hace algunos años Julio Carranza trabajó en el Centro de Estudios de América, institución académica cubana que ejercía su función científica en el campo de las ciencias sociales de una manera comprometida con las aspiraciones de liberación de los pueblos de América Latina y, consecuentemente, con la solidaridad política de la revolución cubana hacia este propósito.

Posteriormente, sus calificaciones profesionales y sus cualidades personales le han permitido hacer una carrera en UNESCO de 24 años. Sin embargo, el ámbito diplomático en el cual se ha desempeñado no lo ha llevado a desarraigarse de sus raíces ideológicas y culturales. Se ha mantenido presente en el debate cubano sobre el futuro de esa revolución y ha actuado como un académico comprometido con los ideales de la misma. Sin abandonar la actitud crítica que lo ha caracterizado ha argumentado reiteradamente sobre la necesidad de una reforma económica en Cuba, más no para rendirse ante quienes en el mundo quisieran ver destruida esa revolución, sino para preservar y proyectar los alcances del socialismo. No ha escuchado nunca los cantos de sirena que proceden desde los actores hegemónicos de la geopolítica que no toleran la existencia de una Cuba soberana, cantos que en muchos casos han terminado por seducir a aquellos intelectuales cuya debilidad ideológica los lleva a naufragar en el mar de la confusión o en la corriente del oportunismo. Julio ha sido, sin duda, crítico pero no disidente. La presencia de la Embajadora de Cuba y de representantes de la brigada de médicos cubanos en esa ceremonia, por invitación del homenajeado, es altamente simbólica, dado el fundamentalismo conservador que caracteriza al gobierno que le confiere la condecoración.

Los méritos políticos de Julio Carranza también se expresan en su posición de principio respecto al tema de la soberanía y autodeterminación de los pueblos, máxime en un contexto nacional como el nuestro, donde dicha bandera es levantada de manera ilegítima por el gobierno actual y los poderes fácticos legales y criminales que lo sustentan.

En ningún momento Carranza ha justificado la posibilidad de afectar la soberanía en país alguno, por “justificado” que ello pareciera, pero entendida en su verdadera naturaleza, no en la manipulación amañada de la misma. Ha sostenido este principio sin dejar de cumplir la visión y misión de la Agencia a la cual representa. Durante su gestión en Guatemala, por ejemplo, siempre ha estado presente su crítica a la exclusión que caracteriza estructuralmente a la educación y la cultura en nuestro país.

Por todas esas razones, he querido escribir esta columna.

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