Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

La patria del criollo cumple 200 años.

Diferente a lo que dice el conocido dicho popular “sin pena, ni gloria”, los guatemaltecos llegamos al Bicentenario de nuestra independencia sin gloria, pero con mucha pena.

Los “próceres” de la independencia comenzaron el Acta que la proclamó, de la siguiente manera: «PRIMERO.- Que siendo la Independencia del Gobierno Español la voluntad general del pueblo de Guatemala, y sin perjuicio de lo que determine sobre ella el Congreso que debe formarse, el señor Jefe Político la mande publicar para prevenir las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo».

La frase del Himno nacional “… y lograron sin choque sangriento…”, es expresión del pacto inter elitario que la sustentó. Aquí no hubo una guerra patriótica como la que lideró Simón Bolivar en la Gran Colombia. Y no pretendo, de manera alguna, reivindicar la violencia, sino constatar la concertación criolla de la voluntad de hacer de Centroamérica, su patria, la “patria del criollo”, como la definió Severo Martínez. Los pueblos originarios no aparecen, tampoco irrumpió en este hecho político el “pueblo” en general.

Por eso, es difícil que exista una identidad nacional, en un país donde la diversidad va acompañada de tanta exclusión. Tampoco puede pensarse en una identidad regional, la posibilidad de una Centroamérica unida la abortaron las élites con su decisión de construir feudos en lugar de patria.

El contexto del año 2021 del Siglo XXI, en el cual conmemoramos esta efeméride, encuentra a Centroamérica en una situación que deja poco espacio al optimismo. Sólo el pueblo salvadoreño, de acuerdo a las encuestas, tiene esperanza en su gobierno, pese a los cuestionamientos que diversos actores externos manifiestan.

Ahora no es la guerra lo que trasciende internacionalmente sobre la región como en los años ochenta. Actualmente es la existencia de gobiernos corruptos, con amplia presencia del narcotráfico y con Estados cooptados por complejas redes, principalmente de orden político criminal, exceptuando a Costa Rica, como siempre ha sido.

Y, si todo lo anterior no fuera suficientemente perverso, el Bicentenario nos encuentra sumidos en una terrible crisis sanitaria, que ha transitado a ser política, con un gobierno que se ha deslegitimado aceleradamente, dada su incapacidad para afrontarla y la vinculación que se le señala con las redes político criminales referidas.

A mi juicio, la conmemoración del Bicentenario sólo tendría sentido si se transitara hacia un nuevo pacto social constitucional, que permitiera construir identidad nacional, a partir del reconocimiento de la diversidad; lo que los pueblos indígenas denominan un Estado plurinacional, mismo que sería tremendamente insuficiente si no se construyen al mismo tiempo bases constitucionales para avanzar en la construcción de una democracia adaptada a esa realidad, pero también para, con gradualidad, construir una Guatemala incluyente en lo económico y lo social. Sin superar la pobreza y la exclusión, sólo habrá democracia formal (ni siquiera procedimental).

Y siendo ingenuamente optimista, afirmo que el Bicentenario podría ser el punto de partida para impulsar la unidad centroamericana. Sin esta visión y acción regional, no es posible pretender el desarrollo. Se impone unir los retazos.

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