Adrian Zapata

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Profesor Titular de la USAC, retirado, Abogado y Notario, Maestro en Polìticas Pùblicas y Doctor en Ciencias Sociales. Consultor internacional en temas de tierras y desarrollo rural. Ha publicado libros y artículos relacionados con el desarrollo rural y con el proceso de paz. Fue militante revolucionario y miembro de organizaciones de sociedad civil que promueven la concertación nacional. Es actualmente columnista de el diario La Hora.

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Por: Adrián Zapata

En solo año y medio Alejandro Giammattei se ha ganado el título del Presidente subcampeón latinoamericano de la impopularidad. Tan sólo le gana el ahijado de Uribe en Colombia.

Esta situación podría no ser trascendental si no fuera un hecho aislado, pero la situación para el Presidente es muy grave, se empieza a construir la posibilidad de su defenestración, la cual crearía una oportunidad para rescatar la democracia y el Estado de Derecho. Mis argumentos son los siguientes:

Aunque la opinión pública se caracteriza por su volatilidad, la tendencia acelerada del desgaste presidencial es constante y ha llegado a un punto en el cual será muy difícil su reversión. También está probado en América Latina la capacidad que tiene la corrupción de crear inmenso descontento entre las masas, aunque ella no sea, necesariamente, el principal problema que una sociedad afronte. Y esta indignación es aún más profunda cuando se refiere a temas tan sensibles como los dramáticos efectos de la corrupción en el manejo de la pandemia. La oscuridad que ha prevalecido en el tema de la compra de las vacunas acrecienta dicha indignación ciudadana.

Ahora bien, esas percepciones se producen en un contexto que las potencia, caracterizado por múltiples y reiteradas manifestaciones de grosera corrupción e impunidad, las cuales son fenómenos que evidencian un sistema de dominación producto del control del Estado por parte de redes político criminales, que cada vez más cierran el círculo de cooptación de todos los poderes estatales (Ejecutivo, Legislativo, Judicial –Corte Suprema, de Constitucionalidad, de Apelaciones y Jueces de Primera Instancia–, así como el Ministerio Público y el Tribunal Supremo Electoral). Estados Unidos contribuye a formar esta percepción al comenzar a evidenciar, con cierta timidez, quiénes son los corruptos (Lista Engel).

Giammattei está en la picota. La fogata de su incineración está encendida. Sin duda tratará de escapar de la cremación, arrojando a otros en ella. La primera será la Ministra de Salud, quien ya está jugando el papel de chivo expiatorio, a partir de su dócil sumisión a las patrañas presidenciales.

En política nada está escrito en piedra, bien dice el dicho mexicano que en ella “nadie está completamente vivo, ni absolutamente muerto”. Así que no se pueden hacer predicciones infalibles. El poder de las redes político criminales, con las cuales hasta ahora lamentablemente han convergido las élites empresariales (trabajaron juntos para expulsar a la CICIG) es muy grande. Para ellos mantener este sistema de dominación es vital y están atrincherados en tal propósito.

También es cierto que la cooptación no incluye sólo al Presidente. Sin embargo, su renuncia abriría el camino para empezar a revertirla. Se podría romper la vinculación del Ejecutivo (el Presidente y sus sumisos Ministros) con esas redes político criminales. Sería una oportunidad para salvar la democracia en Guatemala y trabajar por su relegitimación, en la medida en que la ciudadanía percibiera un Ejecutivo no corrupto, que abordara los problemas que afronta la población, comenzando por la vacunación y atendiendo otros de orden estructural, relacionados con la pobreza y la exclusión. Un nuevo Ejecutivo podría liderar un proceso nacional de concertación nacional alrededor de estos propósitos. Los empresarios tendrían la oportunidad de honrarse después de lo que han hecho como élites históricamente depredadoras y coyunturalmente cómplices de las mafias político criminales.

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