Adolfo Mazariegos

Politólogo y escritor, con estudios de posgrado en Gestión Pública. Actualmente catedrático en la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Guatemala y consultor independiente en temas de formación política y ciudadana, problemática social y migrantes. Autor de varias obras, tanto en el género de la narrativa como en el marco de las ciencias sociales.

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Hacía años que no veía ese libro, un pequeño volumen de bolsillo que yo estaba seguro de tener en algún sitio, pero…, ¿dónde? Revolví papeles, ordené otros libros. Y me di a la tarea de buscar por aquí, por allá y más allá, revisando cajones y lugares poco visitados de la casa, áreas con ejemplares que ya sólo observan con resignación el paso del tiempo. Cambié de lugar, incluso, una que otra pila de papeles en la que tal vez el libro se podría haber colado misteriosa e inadvertidamente. Pero no hubo resultado satisfactorio. Recordé cómo lo había adquirido. Diez o doce años atrás (o más, no estoy seguro). Una veraniega tarde en una de las visitas que por esa época solía realizar un par de veces por semana a la biblioteca pública Felipe de Neve, en Los Ángeles, donde entonces vivía. En una carretilla de metal, a un costado de la entrada, lo vi, sobre otros libros que estaban a la venta. Los había de ciencias sociales y de narrativa. No había leído entonces nada del autor, aunque había escuchado mucho hablar de él: Ibargüengoitia. Lo cierto es que busqué y rebusqué por todos lados, por cada rincón en el que supuse podría estar o al menos encontrar alguna pista que me condujera nuevamente hasta sus páginas, pero nada. Aburrido de buscar y resignado, desistí de tal cruzada personal. Hasta busqué en un par de librerías on line para ir a comprarlo a lo seguro en cuanto fuera posible. Esa misma tarde, había acordado tomar algo con un amigo poeta a quien tengo en muy alta estima. Decidimos reunirnos en un local del centro histórico, cerca de la Plaza Mayor. Un sitio abierto al público en una de esas casonas antiguas, hermosas, con un patio amplio en el que las mesas y sillas se disponen a la sombra de sombrillas y buganvilias en las que da gusto conversar por horas, sin sentir siquiera el paso inexorable del tiempo. Mi amigo, con mucha amabilidad, puso de pronto un pequeño sobre amarillo sobre la mesa: “quiero obsequiarte el libro de Bukowski del que hablamos hace poco”, me dijo. Yo, que sinceramente he leído poco de Bukowski, recordé la tarde en la que habíamos conversado brevemente del poeta. Tomé el sobre y vi que adentro venían dos libros. Los extraje, y observé el obsequio de mi amigo. Adicionalmente, reconocí de inmediato el pequeño ejemplar de “Los relámpagos de agosto” de Ibargüengoitia, que fue (si no recuerdo mal), la primera novela del recordado autor mexicano. “Lo sé”, dijo mi amigo, “me prestaste ese libro hace años, pero nunca es tarde para devolverlo, como debió ser hace mucho”. Y sonrió, apenado. Entonces pensé que, a pesar de mi infructuosa búsqueda anterior, el libro terminó por regresar… Como es lógico, le agradecí a mi amigo el gesto.

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