Hablar del término demagogia, en el marco del acontecer cotidiano de una sociedad, a pesar de que es algo con lo que se convive prácticamente a diario en muchos países (particularmente en época de elecciones), sin duda requiere de suficiente espacio y tiempo.

No obstante, valga simplemente decir que, dicho término, encierra un significado que sin duda puede resultar controversial y que en el marco de lo político y del ejercicio de la política (que no son lo mismo, hay que decirlo), suele estar asociada a ofrecimientos irrealizables, a promesas que estimulan los sentimientos de la población mediante falacias, omisiones, medias verdades, etc. Eso, usualmente lo vemos en campañas electorales (aunque no con exclusividad, por supuesto).

Y se supone que, una vez haya concluido dicho proceso, el candidato o candidatos que hayan hecho uso de tal proceder para obtener el voto popular, dejen de utilizarla, en virtud de que ya no les es necesario puesto que su objetivo es, precisamente, ser electos. Por ello es preciso tomar en consideración que un demagogo aprovecha el uso de dicha práctica para llegar a la gente y hacerle creer uno y mil cuentos fantásticos que, con el correr del tiempo, las más de las veces se convierten en esa simple retórica con la que se construyen muros en contra de los que chocan una y otra vez las buenas intenciones y las expectativas del votante.

Y por supuesto, no se está descubriendo el agua azucarada con traerlo al papel. Pero bien puede servir (al menos) como punto de partida, quizá, para una reflexión al respecto en el sentido de la concienciación necesaria que resulta fundamental para la emisión de un voto.

Cuando vemos, como ciudadanos comunes y corrientes, las mismas formas de actuar; los mismos discursos vacíos con los que se subestima al ciudadano; prácticas alejadas de lo establecido en el marco normativo del Estado; cuando seguimos escuchando reiteradas promesas incumplidas; cuando abundan las excusas de por qué no se ha realizado lo ofrecido; cuando nos dicen una cosa pero resulta otra, sólo entonces (quizá) llega un momento en el que talvez cuestionamos el significado de palabras como demagogia.

Hay cosas en la vida cotidiana a las que la vida humana se acostumbra, cosas que, aunque no sean algo normal, suelen verse y aceptarse como si lo fueran, como si así debiera funcionar todo y como si así debiéramos aceptar vivir porque no queda de otra… Quién sabe. Quizá estemos en un momento justo para pensar en ello… Y quizá valga la pena hacerlo…

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